LEONARDO MURILLO

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Location: Metropolitana, Chile

Nacido en 1984, Leonardo Murillo ha dedicado su vida a respirar el aire que emanan los objetos construidos por el hombre. Sus primeros cinco años los vivió cuestionándose las razones que tenían las tias del jardín para pegar cachetadas a quien no se durmiera en las colchonetas. Luego vendría el colegio, la educación básica en donde Jessica Arriet Ojeda, la profesora jefe, lo martirizaría en base a retos y humillaciones frente a sus compañeros. De quinto a octavo frecuentó la marihuana, el crack y la pobreza de una escuela municipal cerca de su casa. En el 2002 completó sus estudios secundarios para abocarse ha seguir respirando el aire que emanan los objetos construidos por el hombre. Administra y es uno de los fundadores del sitio y editorial www.poetica.cl. Fanático del ajedrez y la poesía, Leonardo Murillo come todos los días pan con algo pal pan y té, sentado en la cama a una distancia de treinta y siete centimetros entre él y su televisor.

Monday, August 29, 2005

En las mañanas me despierto como un exorcismo

En las mañanas me despierto como un exorcismo. Las noches de vida prenden para el desgastado transeúnte que llaman pastel los cabros de la población. En estas mañanas sé que las sopaipillas de Papá saben rico cuando son comidas en éste tipo de "mañanas". Y al final tengo que despertarme, porque son los ritmos de la vida. Vida con olor a pulmones colgando en la bolsa de órganos (respirando sufrimientos en esta mañana de frío que abraza las pichangas con los cabros), los cuales me proponen un bostezo en el umbral de la muerte por vivir.
Los cabros de la población me dicen "pastel". Sé que algún día me asestarán la puñalada que al parecer merezco por los muchos años en que dejé de juntarme. Ellos me dicen "pastel", y yo camino por las veredas en las que bebían sus cervezas. Allí se hallaban posados los escupitajos de sus conversas nocturnas en las esquinas. No teniendo nada que hacer. Viviendo la vida como las estalactitas formadas por la herrumbre. Algún día me matarán los cabros, y de eso estoy seguro.
En estas mañanas tengo que tomar la micro. Mantengo el silencio de mi cuerpo manoseado por el viento mientras espero la luz del número de mi micro. La seistreintaysiete acostumbra a demorar su recorrido. Y yo miro el horizonte de la corriente caudalosa de vehículos. Y pensar que soy un peatón que espera la micro junto a muchos chilenos amigos. Y pensar que el fuelle de mi alma llora ser la partícula subatómica en este abismo.
Yo espero la micro. Soy un niño.
Me subo a la micro sabiendo que puede ser esta la ciento sesenta y tres ava vez que me subo a una micro. La ciento sesenta y tres ava vez en que miro al chofer con mueca de cómplice. El cómplice que cancela el pasaje por ciento sesenta y tres ava vez con cara de molino. El palitroque dando las gracias al boleto recibido desde manos curtidas por la palabra melancolía.
Camino por el pasillo. Soy un niño.
Me siento de lado a la ventana. Desde aquí se ven las esferas sociales de los hombres. Ellos son hombres: seres con los cuales comparto el género, de carne y hueso, que respiran igual que yo. Quizá haya alguno que sea yo. Quizá ése que está en la otra micro. Ese que está en la otra micro soy yo.
En esta micro me olvido de quien soy por segundos. Me traslado a fauces de existencia que rayan en la locura. A pesar de la angustia de saberse olvidado como verso, este que piensa soy yo.
Y suceden los acontecimientos propios de las micros de Chile. Mi vehículo andante con el cual comulgo la vida, se da cuenta que es hora de bajarse. De bajarse por ciento sesenta y tres ava vez. De apretar el timbre de la puerta trasera por ciento sesenta y tres ava vez. De llorar la monotonía de la micro partiendo y el vacío por ciento sesenta y tres ava vez. De ser un la esencia fresca del lamento por ciento sesenta y tres ava vez. De morir al levantar el dedo una vez más.

Leonardo Murillo

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Sunday, August 28, 2005

uno

Cepillo cada diente con el empecinamiento forzado de quien no quiere vivir de nuevo una experiencia vergonzosa. Porque la pasta dentrífica es pastosa y se traga desencadenando una friolera que le hace el peso, en calentura, al más abierto preámbulo amoroso. La pasta dentrífica se traga mirando el espejo lleno de puntitos rancios como el cepillo que usan las viejas para teñirse por cincuenta y tres ava vez el cabello. Y esto me recuerda el cepillo con caca que ocupé ayer. La caca tiene un sabor extraño, esto lo descubrí cuando Larry Stenchtorwater, mi hermano de confluencia tregresiva, me llamó la atención al preguntarle la fea sensación que dejó mi común limpieza dental de todas las mañanas. Ocupaste el cepillo del water- me dijo poniendo una cara seria. Yo también le puse una cara seria.Sé el sabor de la caca. Así les argumentaba a mis amigos de la manzana granizada de tórtolas vigilantes, al momento de discutirles la gracia de los curitas que usan los confesionarios como lugares de esparcimiento intempestivo. Ellos, mis amigos, siempre me discuten bajándose los pantalones y meando la muralla maricona en la que, ahora que recuerdo, me hicieron callejón de paródicos travestistas. Allí me manoseaban aprovechándose del trato que hicimos con los glober troters, el equipo de baloncesto del barrio, el cual aplicaba una multa de mil senbilieuters al que pudiera cagar en misa con palito en la boca. Es que con los cabros pasábamos hablando de la caca. Hasta la pintura me producía hongos testiculares. Sobre todo cuando Jonás Sheldwerton, mi amigo intimo, me parloteaba sobre la grandeza de la pintura de Gauguin como ejemplo de lo sublime. El único ejemplo de lo sublime-le respondía- es la muerte, lo leí en una tesis que hicieron los creacionistas de la obra de Nicanor Parra, en la cual empleaban las secuencias musicales de los dedos mágicos de Chopin, para cerrar la antología de letras materiales enterradas en tierra de cementerio.Igual Gauguin es Gauguin- me exclamaba, como reuniendo todas las sabidurías de la tierra.Somos niños y pasamos jugando al pegar pegar. Pegar pegar seguir pegando pegando pegando no pegar, para que el tarado de turno coloque la espalda en señal resignada a los ejemplos de violencia explicita que presentan nuestras relaciones sociales.Los tiempos se confunden porque no sé si esto es ayer, mañana u hoy. Lo que sí sé es la zunda que me van a dar los cabros cuando les cuente que Cletemnestratia va a dar a luz una guagua muerta. Mi muñeca así lo determinara!- me gritaba ella en su catarsis, mientras yo le peinaba su pelo sedoso y piojento con el peine Assy 2000 que encontramos en el basural de Huelva. Todavía no me saco el neo de la vez pasada-me comentaba. Yo le respondía que el neo era malo y que mejor me pasara luca y yo le compraba un cambucho donde el guatón Ortiz. Ah! no, ese guatón es calentón, no te pide plata, le gusta que le chupis la penca bien chupada -refunfuñaba. O o oye si no-tartamudeaba yo sin saber qué decirle, porque la penca del guatón Ortiz, a pesar de su quesillo hediondo, pagaba harto. Al final me dieron mis típicos ataques de asma y tuve que irme para la casa. Aquí vivo yo, como pueden ver, esta es la silla en la que me veo en el espejo contiguo, ese que está manchado con puntitos rancios, ese que se queja de mi cara todas las mañanas.La Pancracia lava sus toallas higiénicas en el canal que colinda con la mediagua. Hoy es un día de regla. Así me digo cuando admiro el acuático hilo rojo que declara la vergüenza de esta chiquilla, que en los días de sol intenso, me confiesa su disposición a los dones de Dios. Esta chiquilla es limpia. Su popó es blanco como el talco blanco que reconocen los esquimales a diez kilómetros de distancia. Esta chiquilla es limpia, lo sé porque paso comparándola con las breas de la vuelta, que sin mediar provocación alguna, extravían sus apositos menstruales en los caminos. Chiquillas cochinas. Me digo al lamentarme el aplastamiento inmisericordioso del coagulo en el sendero. Chiquillas cochinas, en tanto Pancracia agarraba sus piltrafas y me deja solo. Chiquilla cochina.Con Jonás Sheldwerton, mi amigo intimo, acostumbramos a jugar al ajedrez en medio del potrero, al lado de nosotros se impone una abandonada barraca de fierro, la cual es surcada latitudinalmente por una alameda extemporal.Cuando Jonás me hace jaque, le digo que no sea tan cursi para pronunciar las palabras. Hay formas y formas de pronunciar-le reclamo-, todas tolero, menos las cursis. Es que él es medio rarito me han dicho, pero como yo soy pluralista y tolerante, no hago caso a los pelambres de la cuadra. A propósito de pelambre, me acuerdo de cuando penetraba con energía el culo de la Carla. Ella, arrebatada al rubor de su estirpe, graznó, impotente al meneo de mi pinga, la frase “rico mi rico, más que rico han hablado de ti, y por lo que siento tienen razón”. Esta elevación de amor propio, propugnó una de mis penetraciones más bombásticas. Me atrevería a aventurar que si alguien osa hablar de penetración, tendrían que ejemplificarlo con cualquiera de mis metidas, porque, seamos honestos, puta que la gozó la Carla. Casi me dejai en silla de ruedas. Me cagaba de la risa cuando decía eso. Casi me dejai en silla de ruedas. Jajaja. Chiquilla cochina.Esto es jaque mate, Jonás. Te gané. Eres malo. Eres más malo que la maldad. Eres fétido de pies a cabeza. No sirves para el ajedrez. Soy tu maestro. Con estas frases hacía llorar a mi pobre amigo Jonás, quien se tapaba la cara a dos manos, agrediéndose a garabato limpio.Ya calmate, no es para tanto. Si son bromas- susurrábale.Soy tan conchesumadre, soy el más conchesumadre de los conchesumadres, y mi madre aborrece la vagina que parió a este esperpento- conmovíame.Esta última oración: y mi madre aborrece la vagina que parió a este esperpento, la decía con un histrionismo tan fuerte, que llegaba a fruncir mi ceño, pues él, al hacerlo, miraba sus manos, su cuerpo, y luego al cielo, en señal de lamentación a algún ser superior. Ya déjate de prosternaciones a deidades infértiles, Jonás, por Dios!, -le exclamaba como hastiado de tanta letra muerta- los ángeles portan lo terrible de nuestra índole. Son el prendedero de los sentidos amorosos. Recuerda lo que interpretamos a nuestro bienamado San Rilke en su primera elegía del duino: el amor nos ata a la calidad de falibles. El amor es lo terrible, Jonás, ¡el ángel es terrible! Aquí lo zamarreé. Despierta imbécil. No eres nada; por favor dime, quién eres tú! Quién eres tú! Quién eres tú! No eres nada y lloras la muerte de tus piezas, razona tarado, qué sacas con recriminarte la muerte del rey, tal vieja en la iglesia dándose el saludo de la paz, eres una desgracia, acaso no sentiste tuya la muerte de los hijos de medea!, cuando ellos le reclamaban a la circunstancia: Vamos a morir. ¡vamos a morir! Aquí le pegué una cachetada. ¡vamos a morir! Lo Entiendes Jonás? Y no podrás hacer nada para impedirlo, morirás y tu cuerpo gozará del pudrimiento servido a los gusanos! No di más, apreté mi puño y le lancé uncombo que le valió dos dientes menos en su umbría dentadura. Huí llorando zancadas dolidas.

Leonardo Murillo

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Dos

Sentado estaba en el water de su casa, recibiendo el viento que siempre quiso recibir arriba de ese edificio que dicen las leyendas, como alcanzando la categoría de mito, allí arriba donde sus padres clamarían: no te suicides Ernesto, por favor no lo hagas!El viento producía mareos nauseabundos en el joven que amarillo se quejaba por la hepatitis de sus mantequillas untadas en marraqueta crujiente. La marraqueta crujiente que hurtó a su tío Benjamín Padilla. Ahí quién más lo iba a molestar. Quién más le bajaría los pantalones al frente de las niñas de pantalones rosas. Quién más sería el que lo escupiera en la cara. Desde ahora nadie lo humillaría, porque de pie se tomaba del marco de la ventana en el último piso de un edificio que había elegido hace dos meses atrás, cuando la Fernanda lo despreció lanzándole su carta de amor al tacho de la basura. Ella arrugó sardónicamente su final esperanza de concretar los amores de sueños en su cama, donde lloraba por besar esos labios suaves que ilusionado lo transportaban a las nubes míseras de los dioses. Eran míseras. Eran míseras porque nació "porfiado de cara", así se lo dijo ella precediendo la risotada furibunda que lo marcaría hasta ahora, cuando la salida no existía ni existiría jamás.Arrugaba el entrecejo y las ropas flameaban al viento infeliz de las bienvenidas de sus padres. Allí lo trataban de maricón por pintarse los parpados con colores bermellón y carmesí, pues gustaba de dárselas de Leonardo Di Caprio y, abriendo sus brazos, como cumpliendo a la naturaleza, saludaba a sus amigas, las cuales lo querían porque él amaba los cantos de las gaviotas en las playas, amaba a las focas posadas en las piedras, amaba a los cachalotes hambrientos de los oráculos de San Antonio y, sin embargo, él no se consideraba maricón, él no se consideraba maricón, y lloraba en su pieza por la mala suerte de ser más sensible, por ser mucho más sensible que el resto.

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TRES

TRES
3
Por la vereda ovoidal hallábase un gato enroscado en sí mismo, como esos típicos gatos enroscados en sí mismo. Era negro al igual que la fila de hormigas que subía por equis parte de su anatomía, negro como las moscas que levitaban tal cuervos ante el agónico león que no sobrevivió al sistema, al verlo estático pensé: ese gato está muerto. Para cerciorarme tomé una piedrecilla que botaba estaba el igual que mis concepciones valóricas de respeto a los animales fallecidos y se la lancé. Tamaña fue mi sorpresa al percatarme que el gato respondió, con un movimiento espasmódico, mi pedido de ilusión infantil. El gato negro vivía. Mas su hocico erupcionado me impactaba. Él era un gato a punto de estirar la pata, y yo era un impertinente por molestar el trance histórico de un ser que se aburrió de vivir. Allí, ensimismado en mis lágrimas, me acordé de una canción de alphaville, big in japan, y me fui triste tarareandola. Tarareandola como la melodía que el gato debía estar pidiendo al eterno para así morir luego, big in japan para descansar el lastre de ser hombre condenado por la erupción santa de beldades que existen en las tragedias reales, ese gato enroscado en sí mismo, la vida enroscada en sí misma para morir luego, para morir luego como los enfermos terminales sidosos que claman la presencia de sus familiares desfigurados, la cara familiar desfigurada gritando: ¡vengan! ¡visítenme! ¡quiero ver a mis hijos por el amor de Dios! La vida del vendedor de helados robando billeteras de estudiantes universitarios, el tráfico de drogas en una población cristiana, esas eran las muertes venideras de los autómatas escribientes en boletas de micro. Fritz acércate, mira que debes comer tu pedazo de completo de las frustraciones del mundo, porque tu madre tiene hambre y yo también y como comunidad aspiramos a no salir de nuestros aposentos ignominiosos. Fritz! Fritz! Yo discrimino tu sida, yo discrimino tu sarcoma de kaposi que hierve en mi alma, que hierve en mi alma y aspira la cocaína del mundo. Y el tarareo de alphaville, el grupo musical de las esencias amistosas, cantaba a la faz de los poetas que pretender dominar su poética escribiendo “dominar mi poética” en un miserable papel con caca, papel con caca embetunado con recto raspando la hinchazón de las hemorroides.Su tórax se hinchaba mientras caminaba en esa desesperada. La pena de ese niño se sumergía en el agua de su mente como si quisiera morir convulso sin salirse de sus propios ojos. Él era su narrador contiguo, las fantásticas excavaciones de los obreros de la construcción impedían el buen redactamiento de su vida archivada, la baba amarilla inmediata al pan con queso de su intrínseca mañana, mañana sola, fría y oscura, cocían su cerebro perturbado por las inquietudes del suicidio, el suicidio como el dolor de la penetración a un travesti joven. Su travesti joven vendiéndose en las noches de plaza de armas.Y él volvía a ser el gato enroscado en sí mismo, ese gato era él mismo, como Judas colgándose en la madrugada, y las erupciones eran sus trancas, y las hormigas eran el futuro que avasallaba la sutil esperanza de un futuro bonito. Adivina. Las moscas eran ustedes, lectores pavorosos, la infecta experiencia de leer un bodrio mal escrito. Como el gato negro, enroscado en sí mismo, ya que las miradas al lado de los jóvenes universitarios eran analizadas por la profesora embarazada. La cual asilaba un ser engendrado por calenturas en baños de estadio. Pues la profesora acostumbraba a asistir sin calzones y con vestido apretado a los conciertos de música pop del estadio nacional, y allí dejaba que la penetraran los adolescentes de blue jeans apretados que, jadeando, sacaban sus penes blanquísimos y terminaban su castidad al ritmo fuerte de Joe Vasconcellos. Eran noches desenfrenadas para aquellos jóvenes bisexuales que en sus desenfrenadas noches de sexo besaban bocas con dientes de marfil resecos, como el hocico rascado del gato que enroscado en sí mismo dejaba entrar a su oído el caudal de hormigas negras. Yo miraba al gato negro y me enojaba por la maldad que Lucila, la hija de Doña Fresia, inculcaba a sus amigas. Era mala. Más mala que la maldad. Esa vez por primera vez me di cuenta de la sustancia extraña de la cual están hechos los pasteles Monte, y de la razón de por qué el Rudy me mandó a que le comprara el kilo de pan donde la Pía. Muy simple. Lucila había amordazado a su madre para que esta muriera de hambre y supiera el sufrimiento de su camaleón Calimandro luego de los rizos que fue a hacerse ella a la peluquería de la señora Iris. Donde le cortaron profesionalmente hablándole de su esposo caliente en casa de putas. Él ya no respondía en la cama porque su alcoholismo emputecía las cholas capacidades eróticas del subconsciente de quien portaba el número de la prostituta Kassandra en la billetera que la señora Iris hurgueteó por esas casualidades del destino. Y ya no se acostarían más, y si terminaban, de ahora en adelante se quedaría sola en tanto esculpía las patillas del pedazo de carne que oscilaba en su lengua, ese charqui saladísimo que le dieron en el campo. Porque las excrecencias de aquel gato negro ardían las furias de los hombres. Furias como preguntar por furiarrazabal a las chiquillas que conversaban como diciendo: véanos, somos amigas y nos besamos en las mejillas, y nos amamos mucho, y los hombres se calientan al vernos caminar. Somos mujeres y en nosotras escondemos los secretos de la regla. Reímos desde niñas cuando maduramos primero que los hombres. Y risueñas nos conversábamos las cosas de mujeres. Esas son cosas de mujeres. Vamos a conversar cosas de mujeres en días femeninos. Qué armonía de la vida: sangramos la misma sangre de Cristo, la misma sangre del gato negro enroscado en sí mismo.El camino se angostó hasta él mismo como su muerte.

Leonardo Murillo

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Jiuston Mouer ocupaba la habitación treinta y tres de ese motel. Las cortinas eran rosadas y en el desván se aislaban las llaves de su auto 4x4 recién traído de Zaire. Jiuston Mouer escribía su diario de vida. En los pocos años que le quedaban tenía que dejar algún legado a las generaciones venideras.Nacido en Til til, Jiuston Mouer se desempeñó cuando niño como vendedor de mentitas en una concurrida calle de su ciudad. “Mentitas a gamba y a cien mentitas”, era el grito con el cual atraía a los automovilistas amigos de la amistad y de extrañas conversaciones que Jiuston Mouer paraba en seco por las recomendaciones de sus tíos, que daban por sabido que pervertidos existían por millares.Jiuston Mouer era rubio ojos claros, por ende estaba con cierta seudo marraqueta bajo el brazo, la cual aprovechó en la reunión que hicieron sus tíos con el director del colegio “Rocambola Mustralus de Dios A-124”, quien al verlo, se enterneció y aceptó de inmediato para que entrara a primer año básico en su galardonada escuela.Jiuston Mouer vivió en plenitud sus primeros años de la escuela. Recitaba poesía para el centro de padres y oraba por los niños raquíticos de Ruanda al frente del sacerdote Pepo, quien lo hizo su monaguillo especial. Llevando el legendario cirio sagrado del Pastor Rocambola Mustralus, Jiuston Mouer amaba su vida. También se sacaba buenas notas. Era el segundo del curso. Y sus compañeros lo elegían todos los años como “mejor amigo”, dándole regalos que Jiuston Mouer aceptaba con modestia.La poesía de Jiuston Mouer era nazi. Desde niño le interesó el campo de la raza aria. Es por eso que su primera antología la dedicó a los niños nazis de Alemania, que vivían encadenados a sus camas debido a una extraña enfermedad. Aquí les muestro un extracto de un poema de su abundante obra:
Los niños oncológicos de Alemania
Sudan vino y discriminación.
Discriminación.
Son los niños oncológicos que sufren.
Ellos son los niños
Discriminados por su pensamiento.
Niños:
La poesía está en ustedes y en la nación.
La nación de su poesía es erógena,
Erógena baila el folklore de su artesanía maravillosa:
La artesanía de los pueblos.
Yo los amo niños de Alemania,
Y me amarro a la cama de mi alma,
Por ustedes y la
Patria.
Jiuston Mouer ganó los máximos galardones que poeta vernáculo haya ganado jamás. Y de eso estaba orgulloso. Sin embargo la profecía de su muerte, hecha por un chamán nacionalista de marcado linaje, lo cambió profundamente. Es por eso que se escribe en tercera persona. Para ver si alguien, algún día, lo ingresa en los cánones de la literatura universal, antes de que tome el revolver que ahora ve en la mesa de su habitación, y dispare el chorro de sangre y cerebro que caen en las hojas donde reposa el grafito del siguiente poema:
Mi patria me amó y yo la amé a ella.
Es mi patria el cáncer que me aqueja,
O el cáncer de un augusto maestro:
La bella vida del inusitado fraile de letras,
El amor por la patria, el rojo, los hombres, el augusto maestro,
Nada.

Leonardo Murillo

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unos pocos rayados