LEONARDO MURILLO

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Location: Metropolitana, Chile

Nacido en 1984, Leonardo Murillo ha dedicado su vida a respirar el aire que emanan los objetos construidos por el hombre. Sus primeros cinco años los vivió cuestionándose las razones que tenían las tias del jardín para pegar cachetadas a quien no se durmiera en las colchonetas. Luego vendría el colegio, la educación básica en donde Jessica Arriet Ojeda, la profesora jefe, lo martirizaría en base a retos y humillaciones frente a sus compañeros. De quinto a octavo frecuentó la marihuana, el crack y la pobreza de una escuela municipal cerca de su casa. En el 2002 completó sus estudios secundarios para abocarse ha seguir respirando el aire que emanan los objetos construidos por el hombre. Administra y es uno de los fundadores del sitio y editorial www.poetica.cl. Fanático del ajedrez y la poesía, Leonardo Murillo come todos los días pan con algo pal pan y té, sentado en la cama a una distancia de treinta y siete centimetros entre él y su televisor.

Wednesday, March 15, 2006

mascotalmas



Firulais, el perro de la casa, el cual parece ser el último eslabon de la cadena de mascotas que han aterrizado en casa. el primero fue Robin Robinovich. De Robin a Firulais han habido multiplicidad de mascotas. Pero empezemos por el génesis de esta maraña. Quién es Robin? te preguntarás, mas oh pelicula cinco veces vista. Tú que proyectas en aquellos ojos la pesadumbre de no tener una mitad de pan qué comer, y transitas por el espectáculo de la patria y el mapocho; bástate saber que Robin es un ser humano en cuerpo de quiltro que cargó la mochila de la edad y la pobreza que soportamos como familia durante los primeros años del desigual crecimiento de mi tronco. Robin falleció a los diecisiete años. Murió anciano, como la vida, la cual muere de vieja.
Robin se alimentaba de Chile. Salía todas las mañanas a recorrer los puntos estratégicos de la comuna, en la que recibía la solidaridad de la vecina Petronila, la nobleza de Pedro Lagarragna, el amor de Clota, la pureza de Josefina y la patada en el culo de Juan Pérez. Se masturbaba pensando en el infinito, caminaba chueco y cuando llovía lo guarecíamos en la cocina, lugar donde supo establecer una relación especial con el entorno; las baldosas negras y el afecto del hogar en su sangre.
Robin era el integrante adjunto. Supo encariñarnos de manera sigilosa. Supo atacar a los ladrones de la vecina del frente, ahullentándolos. Supo aguantar valientemente el desgarro de su primera derrota; cuando Bobby, el perro del George, le mordió el cuello, y llegó a casa sin decirle nada a nadie, con la garganta y la carne expuesta, como los enemigos panfletarios de Sendero Luminoso. Así tamabaleó Robin, cayendo al suelo de estos pies indemnes y transitivos como un espejismo, un par de pies largos que corrieron hacia el veterinario con el herido en una bolsa de Feria. Afortunadamente pudieron suturar sin problemas la superficial abertura. Y Robin, que jamás se arredró, se recuperó lentamente, mirando el horizonte de su choreza inmaculada; un solepsismo de obrero en la mañana, de la cual no era un conciente tradicional de estos que piensan en la palabra y eyaculan, de estos que se sienten demostrativos mientras miran al cielo, sino que entendía el plasma del concepto; la noción que se dibuja y concresiona en la palabra...y no la digo.
Robin se hizo hombre y era más hombre que mis gonadas. Más hombre que el hombre de la palabra. Más hombre que las palabras juntas que significan lo que es el hombre. Se me cae la nostalgia al mirar en mi recuerdo los últimos días de Robin junto a nosotros. Se me cae la lagrima del mismo modo en que se me puede caer una nostalgia. Pues Robin vivió esos meses de espaldas en la sombra. Ciego y de olfato sin verguenza. Caminando lento y aprovechando el tibio lugar de la caricia ozónica.
El momento en que no se pudo más el cuerpo, ese momento lo dedicó a estar echado en la alfombra con su lengua afuera. Con la respiración agitada y desprendiendo Sed. Estuve contemplando a Robin en su agonía por no sé cuánto tiempo. Unos segundos que no se demoraron en traer agua y una cuchara. Que no se demoraron en verter agua en su lengua y que no se demoraron nada en sentir su mirada a mis ojos. Robin miraba directamente a los ojos de alguien. Yo. Y yo le daba agua con la cuchara.
Dormía la siesta cuando mi papá me avisó que Robin había muerto. "El Robin murió", así me lo dijo, nada más ni nada menos. Me levanté a buscar la pala y a cerciorarme. El cadaver de Robin estaba tapado con un trapo. Cuando le toqué la pata me di cuenta que Robin ya era parte del ramaje yermo de las naturalezas. Me saqué la polera y comencé a cavar. Mientras más hondo mejor. Al terminar, tomé lo inerte y lo lancé al "foso". Tapé con Tierra.
Luego vinieron Chocolate; quien murió envenenado. Patata; al que raptaron unos enamorados. Phil Anselmo; se fue de la casa.
Y Yoya; aun está con nosotros. Es una perra que habita en el patio, una quiltra poddle de la cual desconfío. La razón de por qué desconfío, es porque la Yoya es una perra. Como todas las perras, la Yoya es una perra.
Y llegamos a Firulais; perro vagabundo que llegó a casa como un cachorro, enfermo y tiritando.
Firulais es un comilón, ningún ser vivo podrá jamás igualar la cantidad de comida tragada por Firulais. Se come hasta el cuesco de la palta, y es feliz.
Adicto al cubo de hielo, Firulais ladra a los peatones que caminan frente a la casa. Y también es capaz de morderte a ti. Mala costumbre esa de que nos reconozca sólo a nosotros. En fin. Firulais es un perro al que estoy empezando a entender. Todavia es un niño y vive alrededor del plasma anterior; aquel antepasado legendario que lo circunda en mi mente cuando pienso en la palabra trascendencia, Robin Robinovich.




leo