César Vallejo es uno de mis poetas preferidos. Muerto en 1938, acompaño su aporte a la poesía universal: acróbata del sentimiento humano. Estimo que en cualquier poema leído estamos en presencia de un sujeto, alguien que está más cerca o más lejos de un hemisferio que en la etapa de la infancia es comprendido mientras que en la adultez se tiende a aplacar recomendando fármacos. Un hemisferio que sólo la hermosa “locura” logra captar, comprender en sus aserciones respecto a la realidad y al hombre. La creatividad es una máscara, se tilda de “creativo” a aquella persona que se le ocurre lo que no se le ocurrió a otro. A mi juicio la creación no es más que el vislumbre de las experiencias primeras, los primeros pasos en dirección de una dimensión real. César Vallejo recorre en Trilce su concepción acerca del individuo. El sujeto transita por el relieve de las emociones humanas, en una escritura difícil en la que es importante la colaboración del lector. Su escritura es hermética porque precisamente ese es el tinte necesario para asimilar la inmensidad de la emoción. Hay un poema particular de este poemario en el que me quisiera detener para hacer mi análisis, es el poema XI. Para hacer mi alcance debemos tener claro que la matriz de sentido que le otorgo a los poemas de este libro es la de un sujeto masculino que recepciona poéticamente sus enfrentamientos con la vida. La definición de poeta que da Enrique Lihn es que este es un manipulador sofisticado del lenguaje que mantiene relaciones problemáticas con aquello que la medianía conviene en llamar realidad y se desahoga en ese contexto. El individuo de Trilce impacta su sensibilidad con el medio, y de ahí se logran poemas en esta lógica. La sensibilidad tiene que ver con una manera de entender la poesía, es la visión de aquellos que incurren en el poema sin saber que el poema es una creación lingüística en la que la sensibilidad tiene una vinculación tangencial con el hemisferio invisible de la realidad. El sujeto sensible se ve afectado en mayor medida por lo que le acontece, y lo que le acontece no es sino una forma de aquello que es probable que aún no vea, o que ya vio sin ser conciente aún. Eduardo Anguita en el poema Venus en el pudridero su hablante le pide al niño que lo nombre
sin pestañar,
en un segundo,
las dinastías reinantes -siglos, siglos-,
los monarcas desgajados.
¿A qué se refiere con “los monarcas desgajados”? Hay que tomar en consideración que esto es un pedido al niño. Se le pide al niño que lo nombre, como un enlace inmediato. El niño está encapsulado por el hablante como un mediador. Uso la palabra “encapsulado” porque en Venus en el pudridero Anguita juega con la dimensión del tiempo. El poeta remite a un segundo una fachada total. En el capítulo I del libro “La zona muda. Una aproximación filosófica a la poesía de Enrique Lihn” de Jorge Polanco Salinas, este empieza con epígrafe de Nietzche, Ahí está la barca –tal vez navegando hacia la otra orilla se vaya a la gran nada- ¿quién quiere embarcarse en ese ‘tal vez’?. Me cuelgo de este epígrafe tomándome la libertad de creer que esa gran nada no es sino el mundo de la luz. Un amigo de mi madre, el Almendra, murió al lanzarse a la luz de una camioneta. Era la noche más negra que las manchas negras de la vaca en la noche, esas vacas pastando en los poemas de Zurita. La luz de la camioneta lo cegó y no supo más hasta el impacto mortal. Me embarco en ese ‘tal vez’ cuando afirmo que acostumbro a creer todo lo que me dice un poema. Entonces la lectura de Trilce me va indicando que a veces hay un sujeto que camina en la calle, por ejemplo. Si tomamos el poema VII,
Rumbé sin novedad por la veteada calle
que yo me sé. Todo sin novedad,
de veras. Y fondeé cosas así,
y fui pasado.
Doble la calle por las que raras
veces se pasa con bien, salida
heroica por la herida de la calle
esquina viva, nada a medias.
Debemos considerar que el poeta afirma que fue pasado. El poeta está caminando por la calle y se da cuenta que ya ha pasado por esa calle. Dice que hay una salida heroica de esa calle, conectando con la herida de la calle, la herida creo que debe ser la posibilidad del recuerdo de una situación desagradable o emotivamente fuerte. Sale airoso, el poema como en general todos los de este libro, son interiores. Hay un juego con la exterioridad e interioridad, la exterioridad atrapa hebras de recuerdo interiores, enriqueciendo la realidad, o al menos distorsionándola con el recuerdo acaecido. Para el poema XI es muy útil esta antesala reflexiva e interpretativa, puesto que estamos en presencia de un ejemplo más de un sentido que puede tomar el poeta para su obra. La intención poética de establecer un diálogo vital con la memoria, las experiencias y su aterrizaje en la situación concreta.
He encontrado una niña
en la calle, y me ha abrazado.
Equis, disertada, quien la halló y la halle,
no la va a recordar.
El sujeto se encuentra de sopetón con una niña en la calle. Aparentemente es anónima por que la denomina “equis”, y la observa como si estuviera disertándola, el encuentro es tan abrupto que se halla extrañado y no la recuerda ni nadie la recordaría en su lugar.
Esta niña es mi prima. Hoy, al tocarle
el talle, mis manos han entrado en su edad
como en par de mal revocados sepulcros.
Y por la misma desolación marchóse,
delta al sol tenebloso,
trina entre los dos.
En el primer verso el poeta nos dice que es su prima. Al tocarle el talle entró en su edad, supo del tiempo transcurrido, como una transición desde el recuerdo al presente; al tocarle el talle vio lo que fue y su presencia: una sensación de amargura por lo que fueron. En las notas al pie de página de la edición crítica de la obra de César Vallejo de Américo Ferrari dicen respecto a su prima que los comentadores, y en particular Larrea que tanto ha insistido en identificar a la rita de “Idilio muerto” con la sobrina del poeta, Otilia, no dicen nada sobre esta prima calificada enigmáticamente de “equis”. Aparentemente se trata de un amor infantil de Vallejo. Obsérvese que en el momento del encuentro (¿1919?) la “niña” debía de tener más de 25 años. El poeta encuentra pues directamente a la compañerita de la infancia no a la mujer: sus senos son dos “sepulcros” donde duerme el “idilio muerto”. Idilio muerto es un poema de Los heraldos negros, en ese poema el hablante se pregunta qué habrá pasado con Rita, la enamorada que ya no está. En este poema también hay una actitud del recuerdo, pero que no se confunde con el presente sino que se queda allí, como tal. En el poema XI el recuerdo se transfigura en presencia y se marcha. Usa la palabra “delta” que tiene dos acepciones, es la cuarta letra del alfabeto griego y también es una acumulación triangular entre los brazos de la desembocadura de un río. Vallejo dice “delta al sol tenebloso”, me imagino (tengo que imaginarme porque coopero a la lectura del poema) que debe ser la imagen del momento en que la niña se marcha y los brazos de Vallejo quedan como esos brazos de la desembocadura. La palabra “tenebloso” debe enfatizar la pronunciación infantil de esa división de lo que fueron alguna vez y que se presenta en su realidad contingente de dos personas ya separadas. Esa distensión es la que trina en ambos sujetos.
<
>,
me dice. Cuando lo que hicimos de niño
en casa de la tía difunta.
Se ha casado.
Se ha casado.
En la enunciación la emoción se transmite. La repetición de “se ha casado” incide en la interpretación, como una sorpresa y luego una constatación macabra.
Tardes años latitudinales,
qué verdaderas ganas nos ha dado
de jugar a los toros, a las yuntas,
pero todo de engaños, de candor, como fue.
La expresión de lo que fue se extiende a lo ancho de esa realidad de memoria. Los versos dos y tres están afectados por un tiempo presencial que se transforma en un pasado y un presente distinto. El clima interno del hablante Vallejo logra concordar una situación cotidiana con un impacto emocional enorme. El ectoplasma de la memoria en poesía revitaliza la imagen. Lo acontecido se une al conjunto de poemas, la economía de los recursos surte el efecto de aquello que aborda el poeta, de aquello que atrapa. Lo que atrapa es un viaje a la infancia, a aquello que no volverá. Veo en el poeta la asunción de un amor de la infancia, amor por su prima. Un amor que se dio en la etapa que para los adultos ya no existe a pesar de todo lo que se recuerde. Enrique Lihn, poeta chileno muerto en 1988, en el libro La pieza oscura y en el poema homónimo trata más o menos eso. Me refiero a que el poeta renuncia a la complacencia intelectual y al idealismo metafísico, en el sentido de que no se cuelga de lo existente, toma un camino propio de exploración poética. La escritura de Enrique Lihn, y creo que en particular la de La pieza oscura, se muestra una atmósfera de perplejidad y vacío insubsanable, porque no hay respuestas para el dolor ni para la condición de la vida destinada a la muerte. Se reivindican la dirección hacia las fuerzas del instinto y del inconciente. Enrique Lihn ha afirmado que se reconoce como un retórico confeso, su retoricismo está estimulado por las fuerzas de lo desconocido. Se da un escenario de la memoria del hablante, la memoria es un centro de una constelación de sentidos. El pasado se toma como posibilidad de afirmación, de intento de afirmación y salvataje, pero fracasa. La indagación sobre una condición temporal y existencial tiene el rostro de la vergüenza del niño y un impacto con la vuelta al presente, en un espacio entre el pasado, el presente y el futuro, espacios poéticos de gran envergadura, pues parece suspenderse el angustioso transcurrir de la existencia. Esto se da en el marco de una cuidadosa construcción donde hay una coherencia interna e intensidad vital. La infancia es un llamado que recibe el poeta.
La mixtura del aire en la pieza oscura, como si el cielorraso hubiera amenazado
una vaga llovizna sangrienta.
La pieza oscura es el territorio del recuerdo, la vuelta de la presencia de lo que fue el hablante. La memoria se sitúa en el lenguaje. Lihn asume que practica una poesía hecha de palabras y de palabras escritas, un “arte de la palabra” que tiende a convertir a la poesía en tema de la poesía, a transformar la poesía en una poética. En este sentido, se deja en claro las diferencias entre esta poesía teñida de memoria y una simple recapitulación, como es el caso del poema “La víbora” de Nicanor Parra. Enrique Lihn, como entrevistado de Marlene Gottlieb en Estados Unidos en 1983 afirma que en La Pieza oscura la palabra y su euforia conducen el hilo de una exploración <>, que no lleva a ninguna parte; pues lo que se memoriza (no lo que objetivamente se recuerda) es algo que sólo ocurre o es en el lenguaje, como la poesía con la cual la memoria, en este caso, se identifica. Tal cual lo deja en claro, la actitud retrospectiva del locutor se sitúa distanciándose. La rememoración está teñida de exaltación emotiva y sensorial, hay una oscilación memorística y una visión de la temporalidad como tránsito y compromiso de renovación continua.
De ese licor inhalamos, la nariz sucia, símbolo de inocencia y de precocidad
juntos para reanudar nuestra lucha en secreto, por no sabíamos no
ignorábamos qué causa;
Se enfatiza que desde el licor de la pieza oscura se inhala, como la vuelta sensitiva de las cosas a la realidad por el olfato. Se reanuda una lucha porque en el territorio de la infancia el otro no es una persona sino que es un obstáculo en la carrera hacia algo de lo que no se sabe absolutamente nada, se imita en el nivel del automatismo. Cuando se imita sin saber realmente lo que se imita se da una situación en la que no se sabe lo que se hace pero tampoco se ignora que se está haciendo algo.
juego de manos y de pies, dos veces villanos, pero igualmente dulces
que una primera pérdida de sangre vengada a dientes y uñas o, para una
muchacha
dulces como una primera efusión de su sangre.
Lihn en su juego del lenguaje, ironiza sobre la frase “juego de manos son de villanos”; los niños en esos juegos “distintos” actúan con mayor fuerza, son más villanos, desde la óptica de un carácter compartido de desaprobación. Cuando leo estos versos pongo atención en la asociación que yo hago entre la primera efusión de sangre y el hilo rojo que corre de la primera menstruación de una muchacha, como la visualización original del cambio corporal y con ello la conciencia de la capacidad de caer en el pecado de la carne, la relación sexual.
Y así empezó a girar la vieja rueda--símbolo de la vida--la rueda
que se atasca como si no volara,
entre una y otra generación, en un abrir de ojos brillantes y un
cerrar de ojos opacos
con un imperceptible sonido musgoso.
Centrándose en su eje, a imitación de los niños que rodábamos de
dos en dos, con las orejas rojas--símbolos del pudor que
saborea su ofensa--rabiosamente tiernos,
la rueda dio unas vueltas en falso como en una edad anterior a la
invención de la rueda
en el sentido de las manecillas del reloj y en su contrasentido.
Por un momento reinó la confusión en el tiempo. Y yo mordí,
largamente en el cuello a mi prima Isabel,
en un abrir y cerrar del ojo del que todo lo ve, como en una edad
anterior al pecado
pues simulábamos luchar en la creencia de que esto hacíamos;
creencia rayana en la fe como el juego en la verdad
y los hechos se aventuraban apenas a desmentirnos
con las orejas rojas.
La rueda representa la imagen del tiempo patente, la movilización en el espacio de las coordenadas de la memoria en el presente: la vida que conjura la distinción entre las generaciones. El momento en que el hablante de Vallejo toma del talle a su prima y no la puede reconocer por lo abrupto. Son los momentos en que el lenguaje poético se encarga de suspender al transcurrir normal de la vida para situarnos en las imágenes de la memoria, que no son de la memoria sino que son de un presente. Al decir que la vieja rueda dio unas vueltas en falso como en una edad anterior a la invención de la rueda se está hablando de la suspensión del tiempo y el habitar en esas experiencias donde mordió a su prima Isabel y simulaba luchar en la creencia de que eso se hacía con las orejas rojas de los niños y ese impulso inconsciente de esa etapa.
Se presenta muy bellamente en el poema la perspectiva de la experiencia infantil compartida con otros niños. El hablante utiliza en algunos pasajes la persona del nosotros y adopta la mirada del adulto que evidencia la situación de los niños de manera crítica.
el tiempo volaba en la buena dirección. Se lo podía oír avanzar
hacia nosotros
mucho más rápido que el reloj del comedor cuyo tic-tac se
enardecía por romper tanto silencio.
El tiempo volaba como para arrollarnos con un ruido de aguas
espumosas más rápidas en la proximidad de la rueda del
molino, con alas de gorriones--símbolos del salvaje orden
libre--con todo él por único objeto desbordante
y la vida--símbolo de la rueda--se adelantaba a pasar
tempestuosamente haciendo girar la rueda a velocidad
acelerada, como en una molienda de tiempo, tempestuosa.
La muchacha y la primera efusión de su sangre es una referencia que tiene que ver con las conclusiones que se sacan respecto al establecimiento de los niños y la relación con los adultos en el poema. Hay que considerar la mención del reloj del comedor es un momento en que el presente se levanta y la transición entre el recuerdo del pasado de la infancia y el presente se vuelve un sentido posible.
Yo solté a mi cautiva y caí de rodillas, como si hubiera envejecido
de golpe, presa de dulce, de empalagoso pánico
como si hubiera conocido, más allá del amor en la flor de su edad,
la crueldad del corazón en el fruto del amor, la corrupción
del fruto y luego . . . el carozo sangriento, afiebrado y seco.
En este pasaje el adulto suelta a su cautiva que está en la memoria y envejece de golpe. Conoció la crueldad del fruto y su corrupción y lo que vio fue la coronta de la realidad de ese amor con su erotismo inmoral, oscuro e inquietante.
¿Qué será de los niños que fuimos? Alguien se precipitó a
encender la luz, más rápido que el pensamiento de las
personas mayores.
Se nos buscaba ya en el interior de la casa, en las inmediaciones del
molino: la pieza oscura como el claro de un bosque.
Pero siempre hubo tiempo para ganárselo a los sempiternos
cazadores de niños. Cuando ellos entraron al comedor, allí
estábamos los ángeles sentados a la mesa
ojeando nuestras revistas ilustradas--los hombres a un extremo, las
mujeres al otro--
en un orden perfecto, anterior a la sangre.
La pregunta se hace hacia al futuro, que va a ser de los niños que ya se vivieron en la memoria? Luego la ironía de ver a esos niños ojeando revistas ilustradas imitando la normalidad que es perfecta puesto que es impostada inocentemente, pues no saben por qué tienen que ocultar aquello que “parece” que no se debe hacer. La rara sensación de vergüenza connota el pecado y la caída, en la inocencia de Adán y eva según el contexto de la cultura judeo-cristiana.
En el contrasentido de las manecillas del reloj se desatascó la rueda
antes de girar y ni siquiera nosotros pudimos encontrarnos a
la vuelta del vértigo, cuando entramos en el tiempo
como en aguas mansas, serenamente veloces;
en ellas nos dispersamos para siempre, al igual que los restos de un
mismo naufragio.
Pero una parte de mí no ha girado al compás de la rueda, a favor de
la corriente.
Nada es bastante real para un fantasma. Soy en parte ese niño que
cae de rodillas
dulcemente abrumado de imposibles presagios
Los niños y sus juegos rituales derivados de la fantasía se dejan mezclar con una cierta pasión y sensualidad y a la vez con un hondo desaliento. La pregunta es sobre sí mismo y la negatividad de la existencia. Parte de él no giró con la rueda, quedó en esa realidad del presente y lo que fue no volverá más: nada es bastante real para un fantasma, qué mejor expresión para un poeta como Enrique Lihn. Me gustaría terminar este escrito como lo hace en ese poema, de una manera absoluta, extremada y gigante, porque sabemos que a Lihn les cerramos las puertas, que su decir es la angustia de no estar situado en este hemisferio de la luz.
y no he cumplido aún toda mi edad
ni llegaré a cumplirla como él
de una sola vez y para siempre.