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Location: Metropolitana, Chile

Nacido en 1984, Leonardo Murillo ha dedicado su vida a respirar el aire que emanan los objetos construidos por el hombre. Sus primeros cinco años los vivió cuestionándose las razones que tenían las tias del jardín para pegar cachetadas a quien no se durmiera en las colchonetas. Luego vendría el colegio, la educación básica en donde Jessica Arriet Ojeda, la profesora jefe, lo martirizaría en base a retos y humillaciones frente a sus compañeros. De quinto a octavo frecuentó la marihuana, el crack y la pobreza de una escuela municipal cerca de su casa. En el 2002 completó sus estudios secundarios para abocarse ha seguir respirando el aire que emanan los objetos construidos por el hombre. Administra y es uno de los fundadores del sitio y editorial www.poetica.cl. Fanático del ajedrez y la poesía, Leonardo Murillo come todos los días pan con algo pal pan y té, sentado en la cama a una distancia de treinta y siete centimetros entre él y su televisor.

Saturday, November 05, 2005

El hecho de escrit

El hecho de escritura, como obra literaria en potencia, conforma los hilos por los cuales se desenrollan las madejas de teoría existentes en la actualidad. En este sentido, las calidades literarias, distinguibles unas de otras, son el caldo de cultivo desde donde se alimentan los sujetos que pretenden estudiar las posturas y, seguidamente, colegiar conclusiones que asomen un sentido nuevo. Esta perspectiva de correlación de ideas, reflexiones, lecturas, apuntes y compendios culturales personales, desarrollados mediante la navegación por las vertientes temáticas de lector y el acto de lectura, con el objeto de establecer evidencia de intertextualidad en la poesía, de la cual el lector sobresale y constata su índole de factor constructor en el armatoste del texto, es el objeto de este trabajo. Porque Novalis dijo que “Componer poesía es engendrar” , y en consecuencia, las generalidades transcritas al papel denominadas “buena o mala poesía” dejan muchos atisbos de duda, los que es, sin más, necesario desentrañar. Y para esto es determinante la claridad de los conceptos que les son transversales, debido a que, y de manera de ejemplo práctico, el nacimiento del verso en el poeta juega un papel que le es adyacente a su finalidad explicativa.
Componer poesía es engendrar, desde allí sostengo que el verso nacido de boca “ignorante”, a pesar de su desconocimiento “normativo” de las corrientes literarias que le rodean, no da pábulo a la intención de crítica negativa que de alguna u otra forma le acuciarían la planificación del abandono creativo. Está todo escrito, soy la pulga de un perro pulgoso-pensaría. Pero no, a aquel personaje virtual de la mente del escritor, se le exige esperanza. La historia es de él, ya que todavía no sabe nada de aquellos autores que le harán inferir que el murallón restrictivo impuesto por los “pensadores” debe ser derribado. Ese murallón curtido de abyecta presunción de sabiduría “objetiva” y que, sin embargo, se sostiene sobre estructuras “subjetivas”. Qué paradoja. Ya ahondaré más en el tema, no coma ansia, pues aquel personaje virtual de la mente del escritor, es conciente de su independencia con respecto a su creador. Y el sulfato combustible que lo moviliza, es la lectura por parte de segundas y terceras personas. ¿Y cómo es posible que un ser nacido en la mente y llevado a cabo en su esencia gracias al acto de la escritura, cobre vida? Se preguntará, más oh! Humano de noble fe, ud que mantiene viva la imagen de la bella consecución de actos singulares, y no restringe el limbo de libertad “literaria” que es derecho propio de los individuos. Encomendado a ud está el saber que para Iser Wolfang “el texto alcanza (…) su existencia a través del trabajo de constitución de una conciencia que lo recibe, de manera tal que la obra puede desarrollarse hasta su verdadero carácter como proceso sólo en el curso de la lectura” , o sea, se consigna que el lector es huella trascendente en el espectro de formación de la obra literaria.
El plasma poético flota en el aire de poema. Y nadie lo ve. Y nadie lo aprehende. Somos niños viendo volar los volantines. Es el despertar de la conciencia del acto en vivo de la lectura, el cual no se puede fijar en lo existente: magno ejemplo de “verdadera” dimensión. Porque no hay palabras que describan “eso” que es el fluido que existe entre lector y texto literario, con el cual nos es imposible luchar, y que no obstante nos vence dejando el relevante resabio del sentido que toma.
Este sentido que es procedimiento en la parcialidad de su rescate y del que deduzco la fusión de lector cómplice y constitutivo del texto, me es la sentencia más idónea para afirmar que la vida del poema se remite al acto de lectura en su humanidad más pura, porque el texto es concebido en su proceso sólo ahí. De tal manera que los poemas que los “jóvenes poetas” mantienen guardados en sus anaqueles hogareños sin exhibirlos a nadie, excepto a sus ojos, no existen, y lo harán únicamente cuando otras personas se dignen a leerlos para que así nazcan como tales y por consiguiente rompan la corteza del huevo y se erija en plenitud el ave fénix llamado poesía. Ese plasma poético en potencia, esa obra literaria en potencia, se confiesa vivo en la vida, porque a cada momento en las circunstancias diversas de los hombres, ellos piensan, leen, oyen la lectura de un texto literario. Identifican los códigos que puede que hayan registrado antes en sus variadas lecturas; es la experiencia del lector que tiene como consecuencia el sentido del texto, y que es importante para el surgimiento de otro aspecto de figuración del lector para con lo que transmite la obra: la complicidad que le otorga como personaje implícito al lenguaje que juega con el fluido poético y que es acuso de recibo de la completa comprensión del texto literario. Me refiero al lector como eje de que se ocupa el autor. Y perdone la intromisión de este sujeto molesto que no es absolutamente nada de lo que concibe lo publicado. Pero es que el trabajo del autor para la mecánica del texto es la causa por la que denoto este aspecto que es mandamiento actual de la literatura; el lector como sujeto del sujeto, bañado en el fluido poético que irradia el entendimiento del lenguaje. En “Adónde va la literatura” , un dialogo entre Roland Barthes y Maurice Nadeau, allí Roland Barthes dice: “No se copian obras, se copian lenguajes, una cosa completamente distinta” de lo cual infiero que el lenguaje con el cual el lector juega, es la comparación que este realiza con su experiencia y los elementos que reconoce y que también, como en el caso de la lectura descubierta como lo “real” aprensible del sentido, otorgan a la obra literaria. Esta característica vaciada en la poesía, me entrega conclusiones diversas. Una de ellas es la comprensión del verso como, aparte del vislumbre que por defecto tiene de su sentimentalidad bellamente soterrada, el otro mundo del cual el lector tiene responsabilidad de cultivarse; el conocimiento general de los hechos periféricos de la historia. Ejemplo de esto son unos Maravillosos versos de Ezra Pound, de los cuales, quien habla, quedó descolocado, y la razón fue la incomprensión detentada; duda que no puedo resolver todavía. Los versos son del poema De Egipto, y son los siguientes:

Yo, yo mismo, soy aquel que conoció los caminos
Del cielo, y del viento es mi cuerpo.
Y he visto a la señora de la Vida,
Yo, yo mismo, que vuelo con las golondrinas.
Verde y gris es su veste,
Volando en el viento.
Yo, yo mismo, soy aquel que conoció los caminos
Del cielo, y del viento es mi cuerpo.
Manus animam pinxit,
La pluma en mi mano.
Para escribir la palabra grata…
¡Mi boca para entonar el canto puro!
¿Cúya es la boca digna de entonar
El canto del Loto de Kumi?
Yo, yo mismo, soy aquel que conoció los caminos
Del cielo, y del viento es mi cuerpo.

Sublime. No hay palabras, salvo admitir mi desconocimiento del latín, y del canto del Loto de Kumi. Aquí se manifiesta esa complicidad que he reiterado, en la que la el fluido poético va construyendo el poema al instante en que el lector va formando la maravilla del yo, yo mismo, soy aquel que conoció los caminos, y que esta hecho para quien le toca las fibras de la complicidad. Porque en este poema, aparte de verse el factor lector como senda del entendimiento, está el reconocimiento doble del requisito de cultura mínimo y la coincidencia desembocada en la experiencia de este. Puesto que en mi caso, también “creo” haber caminado los caminos, aunque sin saber si mi cuerpo fue de cielo o de viento. Es por eso que ante la infinita connotación de la poesía, es absolutamente absurdo plantear la objetividad. Y esto debido a que, y cito a Iser de nuevo: “ Sí, por ejemplo, decimos que una obra literaria es buena o mala, lo que de acuerdo a la experiencia acontece con frecuencia, entonces estamos dando con esto un juicio apreciativo. Pero cuando nos vemos obligados a fundamentar esto, entonces nombramos criterios que en realidad no tienen carácter valorativo, sino que sólo designan particularidades de la obra que está en discusión”. Lo cual concretiza el axioma antes elucubrado, que indica que las pautas de valor para con las obras literarias, respiran inestabilidad por donde se le mire, a pesar de existir un esquema de lo que es, de lo que ya fue, y de lo que será. De hecho, mi parecer es que la mentalidad crítica de los textos literarios es de un complejidad de la cual es difícil traspasar el linde sin “quemarse”, en tanto se interpreta en base a lo ya existido y no a lo personal que deviene ser particular.
Ejemplo de intertextualidad, fue la misma lectura de los textos de respaldo de nuestras ideas. En los diálogos de Barthes en “Adonde va la literatura” podemos apreciar la ejemplificación de la multiplicidad de los lenguajes de imitación en la novela de Gustave Flaubert “Bouvard y Pécuchet” la cual leí y que por lo tanto pude desentrañar el sentido al cual quería llegar, no el de Flaubert al momento mismo en que terminé la novela (interpretación que forcé, pero que no es relevante dentro de las que dan los que conversan), sino la idea de la copia de experiencias humanas por inexpertos que quieren “descubrir”; y ahí está, precisamente, el punto donde se ilumina, nuevamente, la imagen del lector en su incursión por el trayecto de la obra literaria.
En la poesía podemos también continuar con este respaldo que es a todas luces un detonante de alta diversidad necesario de brotar de las alas del verso. El siguiente poema es de Carlos Drummond:

CANTO ÓRFICO

La danza ya no suena,
la música dejó de ser palabra,
el cántico creció del movimiento.
Orfeo, dividido, anda en busca
de esa unidad áurea que perdimos.

Mundo desintegrado, tu esencia
reside tal vez en la luz, más neutra ante los ojos
desaprendidos de ver; y bajo la piel,
¿qué turbia imporosidad nos limita?
De ti a ti, abismo; y en él, los ecos
de una prístina ciencia, ahora exangüe.

Ni tu cifra sabemos. Ni aun captándola
tuviéramos poder de penetrarte. Yerra el misterio
en torno de su núcleo. Y restan pocos
encantamientos válidos. Quizás
apenas uno y grave: en nosotros
tu ausencia retumba todavía, y nos estremecemos
R una pérdida se forma de esas ganancias.

Tu medida, el silencio la ciñe, la esculpe casi,
brazos del no-saber. Oh fabuloso
udo paralítico sordo nato incógnito
la raíz de la mañana que tarda, y tarde,
do la línea del cielo en nosotros se esfuma,
tornándonos extranjeros más que extraños.

En el duelo de las horas, tu imagen
atraviesa membranas sin que la suerte
se decida a escoger. Las artes pétreas
recógense a sus tardos movimientos.
En vano: ellas no pueden ya.
Amplio
vacío
un espacio estelar contempla signos
que se harán dulzura, convivencia,
espanto de existir, y mano anchurosa
recorriendo asombrada otro cuerpo.

La música se mece en lo posible,
en el finito redondo, donde se crispa
una agonía moderna. El canto es blanco,
huye a sí mismo, ¡vuelos! palmas lentas
sobre el océano estático: balanceo
del anca terrestre, segura de morir.

¡Orfeo, reúnete! llama tus dispersos
y conmovidos miembros naturales
y límpido reinaugura
el ritmo suficiente que, nostálgico,
en la nervadura de las hojas se limita,
cuando no forma en el aire, siempre estremecido,
una espera de fustes, sorprendida.

Orfeo, danos tu número
de oro, entre apariencias
que van del vano granito a la linfa irónica.
lntégranos, Orfeo, en otra más densa
atmósfera del verso antes del canto,
del verso universo, lancinante
en el primer silencio,
promesa del hombre, contorno aún improbable
de dioses por nacer, clara sospecha
de la luz en el cielo sin pájaros,
vacío musical a ser poblado
por el mirar de la sibila, circunspecto.

Orfeo, te llamamos, baja al tiempo
y escucha:
sólo al decir tu nombre, ya respira
la rosa trimegista, abierta al mundo.


Este ejemplo demuestra que si uno no sabe quién es Orfeo, está perdido. La razón es que no va a saber los “códigos” inteligibles que connota la sapiencia del poeta mitológico.
En los primeros cinco versos podemos apreciar el sentimiento de pérdida que posee Orfeo por la muerte. La calidad de falible, el desamparo. Lo cual es señal del abandono de los hombres en su muerte irremediable. Esa unidad áurea, porque luego de la muerte definitiva de Eurídice, vista por los ojos del poeta, la armonía musical del entonador maravilloso de la lira, desaparece para siempre. Esa lira que contenía la alegría de vivir junto con las deidades.
Los siguientes seis admiro una especie de nostalgia mística por aquel mundo, en el que la felicidad inconsciente del “sentir es estar distraído” de Caeiro, fosforece la emoción, esa emoción que también es pena, la pena de Orfeo. En los siete que continúan, se reitera la nostalgia por un mundo que se desconoce, y del cual se tiene un entusiasmo parecido al de los niños cuando quieren salir a jugar fuera de sus casas. El mundo que bulle en uno, el misterio.
En general, y gracias a la lectura del mito de Orfeo, puedo colegiar, humildemente, varios elementos; la música en pena: imposibilidad del ser humano de asir el instante de vida plena en que la música compenetra la mente y hace gozar de la maravilla del vivir. Figuración física del sentimiento musical que vuela en la abstracción. Continúa con esta ansia de volver a lo maravilloso, a aquel mundo de convivencia con la felicidad en el que Orfeo respiraba el aferrado y extraordinario momento de alegría tranquila anterior a la muerte de Eurídice.
Las obras literarias esconden el mundo del fluido poético y la compenetración válida entre los dos lectores; el que le da sentido a la obra y que es descubierto mediante el trabajo inconciente del inocente lector. Ese intercambio de niveles abstractos, es lo que destaco en el eje final del autor como un objeto. Ya que el autor ha sido, a mi parecer, el pilar de conciencia literaria, a pesar de que en la separación de él y su obra, se contemple el dramático fin entre los estilos que interactuaban y que de un momento a otro, esgrimen la totalidad disensión del hecho de letras. La separación última de lector, autor y poema, dan el toque de vida por medio del cual la creación desenfunda sus gramos de existencia, para que tome su propio rumbo que, de ahora en adelante, se encuentra vital en la lectura del infatigable lector.

Leonardo Murillo

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