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Location: Metropolitana, Chile

Nacido en 1984, Leonardo Murillo ha dedicado su vida a respirar el aire que emanan los objetos construidos por el hombre. Sus primeros cinco años los vivió cuestionándose las razones que tenían las tias del jardín para pegar cachetadas a quien no se durmiera en las colchonetas. Luego vendría el colegio, la educación básica en donde Jessica Arriet Ojeda, la profesora jefe, lo martirizaría en base a retos y humillaciones frente a sus compañeros. De quinto a octavo frecuentó la marihuana, el crack y la pobreza de una escuela municipal cerca de su casa. En el 2002 completó sus estudios secundarios para abocarse ha seguir respirando el aire que emanan los objetos construidos por el hombre. Administra y es uno de los fundadores del sitio y editorial www.poetica.cl. Fanático del ajedrez y la poesía, Leonardo Murillo come todos los días pan con algo pal pan y té, sentado en la cama a una distancia de treinta y siete centimetros entre él y su televisor.

Tuesday, March 27, 2007

fragilidad

El inválido camina como el son de las cumbias bailadas en las ramadas. yo no quiero observarlo con mis corneas, pero a pesar de eso sigo de largo como un siglo leído por un niño en el libro de historia y geografía de chile, el siglo, el siglo. quisiera hablarles de la vida. Decir, por ejemplo, que cada caminata es un eterno recular. Que cada día de vida es un alejarse del origen, del momento en que se hallaron las respuestas. Que los sueños evocan propiedades que no se tienen sino en la muerte (palabra cartucha). Que nuestra unidad sólo se consigue en esa instancia. Que la calidad de humano va en contra de las serpentinas de la fiesta de cumpleaños, de las expectativas labradas por el soplo a una torta de crema...

que el temor después de cantar es la fragilidad...

Y me formulo como Raimundo de dónde emana la tristeza, y lo entiendo, y adquiero mi queridísima carcajada. Tantas veces la he adquirido... al bajar de la micro la he adquirido. al pensar en tu sufrimiento cuando te golpearon entre varios, la he adquirido. Cuando te veo enseñar como un pequeño dios las verdades de tu disciplina, la he adquirido. Cuando se te cae la baba ante la niña de tus ojos, la he adquirido. Cuando ves el lecho del enfermo con un enfermo recostado, que de repente piensa en la muerte y mira por la ventana sus años de vida, la procreación de un segundo feliz y te das cuenta que él gustaría seguir viviendo la vida, y te recuestas a su lado y ves la tele, la he adquirido. Cuando la suela desgastada es un colador por donde entra el agua de la lluvia, tu lluvia linda joven, tú sentías una felicidad, y tus pies se van helando en el camino a casa, pensando en la linda jóven que gusta de la lluvia, la he adquirido. Cuando recuerdas el paradero como un segundo sudario después de las sábanas y luego ves al perro comer caca, la he adquirido.
A cada rato la adquiero, y pensar que tú no quieres saludarme. Cuando te vas regresas en los ojos de muchos. Porque yo miro sólo tu espalda, no tus alfajores que compras por costumbre en el kiosko. Las gris grosería de tu espalda. Como una ampolleta rota en el basurero de pequeña silueta en la esquina, y se acaba la memoria de los abuelos en un olor a terminal, pues tu hija no desea despedirse de ti. A veces nadie quiere despedirse de ti y te vas con las manos en los bolsillos, como recibir una llamada de la comadre; ella tiene un buen tono de voz. Se siente feliz con su voz y con su noticia: va a ser madre: está embarazada. Y la bendices en nombre de la virgen. Días más tarde la comadre vuelve a llamar, pero no con el mismo tono, no es un tono feliz, tiene algo en esa sonoridad que es indescriptible: los médicos se equivocaron; no está embarazada, tiene un tumor maligno alojado en sus sueños, en ese vientre que acariciaba.
Es mucho lo evocado: propiedades que no se tienen sino en la muerte (palabra cartucha). Que nuestra unidad sólo se consigue en esa instancia. Que la calidad de humano va en contra de las serpentinas de la fiesta de cumpleaños, de las expectativas labradas por el soplo a una torta de crema...

que el temor después de cantar es la fragilidad.

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