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Location: Metropolitana, Chile

Nacido en 1984, Leonardo Murillo ha dedicado su vida a respirar el aire que emanan los objetos construidos por el hombre. Sus primeros cinco años los vivió cuestionándose las razones que tenían las tias del jardín para pegar cachetadas a quien no se durmiera en las colchonetas. Luego vendría el colegio, la educación básica en donde Jessica Arriet Ojeda, la profesora jefe, lo martirizaría en base a retos y humillaciones frente a sus compañeros. De quinto a octavo frecuentó la marihuana, el crack y la pobreza de una escuela municipal cerca de su casa. En el 2002 completó sus estudios secundarios para abocarse ha seguir respirando el aire que emanan los objetos construidos por el hombre. Administra y es uno de los fundadores del sitio y editorial www.poetica.cl. Fanático del ajedrez y la poesía, Leonardo Murillo come todos los días pan con algo pal pan y té, sentado en la cama a una distancia de treinta y siete centimetros entre él y su televisor.

Tuesday, March 06, 2007

tocaciones indebidas

Rafa en Los Simpsons siente duramente la mano de Marge en su hombro. En su fuero sufría lo que él llamaba, parafraseando, una tocación indebida. Quien observa a Rafa comprende la desintegración de la inocencia del niño, el defecto cuya inocencia hace desorbitar la dulzura de ser ingenuo. Rafa se orina.
Pero sucede que los sujetos del sexo femenino se sienten ofendidos. No les gusta que las "toqueteen" cuando el metro o la micro va llena de gente. Un diario capitalino informó en la misma portada la gravedad de este hecho (que no sé si sea grave, ya veremos si me sé explicar).
Recuerdo un hecho, no sé hace cuántos "lustros" ocurrió (y las comillas las puse por que soy simpático), no quiero extenderme más alla de lo vital de este escrito, pero recuerdo que sí, en una ocasión le agarré la nalga a una mujer. Fue en la fila de un espectáculo multitudinario. Era un jeans blanco, y la mujer gritó. Todos estabamos entrando al espectáculo multitudinario después de una espera larga. Entonces sucede que el sonido de ese grito fue efímero, como la entredad de nosotros, personas, como tropeles en pos tener un buen espacio para ese espectáculo multitudinario. Fue un acto meditado, yo quería tocar ese poto. Si quieren de ahora en adelante me tratan de enfermo, degenerado. Pero ese poto, la transpiración de mi cuello y mi razonamiento lógico, jugada a jugada, fueron más fuertes. Tenía 16 años.
Luego sería yo el "toqueteado". Fue en una micro y la vieja como de cuarenta y tantos años quería bajarse. Parece que ella no respetaba la palabra "decoro", porque procedió de una manera tan insólita como desvergonzada a hacerse espacio para bajar por la puerta trasera. A ratos me vi como un mameluco marca Gesmar. Pero la señora quería bajarse.
También me tocaron el poto, también de alguna manera me sentí ofendido. Es que uno también se ofende po. Quería estar a la altura de la puerta de atrás y sentí una caricia desenfadada en mi nalga derecha. Cuando miré para atrás para exclamar "oiga", las miradas al horizonte de esas mujeres se confundían en una orquesta única en su tipo. Y la otra fue cuando estaba sentado del lado del pasillo. Una joven, que no estaba mal, incurrió en posar su vulva en mi hombro. Me acuerdo que lo disfruté. Gran hombro escobilla.

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