segundo pack de escritos antiguos
Instantes: un mundo recorría las praderas, recorría un aire que lo volvía más energías, lo volvía volar un profesorado, volar las inquietas. Sufría. Le rebotaba la grácil inconciencia: una casita pequeña donde los muñecos de trapo besaban su propia ternura: llorar. Una pequeña casita con forma de hongo los esperaba silenciosamente. Adentro las capas plateadas de los libros y un viejo alto y barbón lo miraba como queriendo la desesperación; hablo de su paso por el bosque y aquella barraca olvidada y llena de óxido que encontró en el potrero escarbando la entretención de los metales rojos y vertiendo luz en el camino. Pero los libros con capas de plata rieron; era un personaje creador porque sus dibujos imaginados se fueron a la cordillera para tomar el mate de su cuerpo: una corriente de aire comenzó a nublarle la vista durante la vía férrea de aquel desierto. Ese montón de polvo lo hizo pensar que quizás él no era el pasado y la creación literaria se llenó de gozo por una verdad con agua y pan. Así que se desvió del camino, pues mostraba el carácter falsario de un kilo de papas.
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Los pasos dejaban huella profunda. Seca su piel y sus patas, tragando saliva para aguantar el hambre de días de caminata en el desierto. Recordaba su mirar a los arbustos. ¡No! eso no se debe aceptar, va contra la moral: el ojo es insano, ¡exilien!; el morir cuando miraba círculos negros. Las desgracias: allá voy final de fábulas, allá voy.
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No cruces la calle, hija mía. No cruces la calle! Hija mía!
Mamá!
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El niño prolongaba su obra de teatro; la familia y su cursilería barata. Como la vida de los que esperaban la micro, los niños cursis sonríen al reventar globos y jugar al pillarse. Y el frío es el cansancio en el paradero friolento. Lo que al mismo tiempo es igual a la indiferencia del joven ante el niño que prolonga su obra de teatro ante las vergas.
Allí el barco pirata era un instante de personaje celebre; tratando de aparentar el mareo.
Hoy perdí: una característica de la raza humana: los cánones que me dan cuenta de la dulce mierda: algo de sagrado; aquello que nunca has probado, y que nunca sabrás su sabor pues nunca te atreverás. Y más allá del reconocimiento de una imaginación linda, hoy perdí, y me acuerdo de mi color ploma mientras compro en el Lider.
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No duermo; lúcido como un farol con lindos vidriecitos. Perplejo para ver qué sucede. Respirar el génesis blanquecino de una muerte súbita. La casita más enmarcada en los lados, en sus aristas con hartas rayas. Su caminar lento, un campo grande y la psiquis avanza y eres algo de funestas formas de angelitos revoloteando. Es la serenidad que no encuentra su vida. Esa que se perdió como su nuca, cuando contaba ovejitas al caerse del camarote.
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Dura poco el cariño; su odisea. Mátalos como pienso mi pequeño mundo: yo era un hechicero. Una secreción blanquecina estaba hirviendo y mi mano junto con mi cuerpo se quejaban del dolor. Comenzaba a temblar, me transmitía su escalofrió de ultratumba y me puse triste. Acabo de matar el mundo ajeno.
El lugar que amaba era el arar la tierra, porque idiota la voluntad para su familia, no cabía dentro del viento, y se iba como una furtiva que mata.
Las máscaras- por qué lloras, en mi cama con muerte cerebral esperando.
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