Monstruos en Bécquer
“Hace mucho tiempo que tenía ganas de escribir cualquier cosa con este título. Hoy, que se me ha presentado ocasión, lo he puesto con letras grandes en la primera cuartilla de papel, y luego he dejado a capricho volar la pluma.”
El autor entra en sí mismo y busca la primera inicial de su inspiración. Así rebotan en su mente las imágenes de las constantes melancolías, el sufrimiento de las miradas ajenas, el amor en su concentración pura, como si la poesía proviniera más allá del propio cuerpo. Si tenemos en cuenta el contexto del autor en su España natal, es posible advertir que el Romanticismo europeo ha dejado una huella en su creación (es innegable que sus Rimas son eminentemente románticas), lo que sin embargo no ha hecho mella en su libertad e independencia. Y es por esta independencia que sus leyendas destacan por su apronte a una narrativa ya no tan sujeta al arbitrio del yo interno, sino que más abiertas a lo que pueda acontecer según esta misma concesión. Y es así como surge aquella prosa que crea realidades empalmadas a su espíritu de poeta. Con el canto íntimo como puente catalizador entre su experiencia de vida y la creación misma. Porque Gustavo Adolfo Bécquer es el poeta creador de los “Ojos verdes”, leyenda cuyo protagonista es Fernando, una persona que no cree en las supersticiones y que se va en busca del ciervo que intentaron cazar y que herido se escabulló entre los matorrales de un sendero que conducía la fuente de los Álamos; allí vio a la mujer de ojos verdes, un fantasma que finalmente lo mató al atraerlo a un precipicio. ¿Cuál es el origen por el cual se entrelazan las ideas en el espíritu del poeta, que finalmente redundan en la escritura de esta leyenda en la que el factor de lo sobrenatural es preponderante? En sus leyendas Bécquer crea un mundo en el que el sueño, la imaginación y su espíritu van originando la materia que se traduce en un contenido rico en fantasía. Y esta fantasía creadora parte de un sentimiento intenso, el cual hace cambiar la percepción, deformando el objeto del deseo y con ello la realidad.
“Creía que en el fondo de las ondas del río, entre los musgos de la fuente y entre los vapores del lago, vivían una mujeres misteriosas, hadas, sílfides u ondinas, que exhalaban lamentos y suspiros, o cantaban y se reían en el monótono rumor del agua, rumor que oía en silencio intentando traducirlo”.
En este fragmento, de excepcional belleza, es posible identificar aquella fantasía creadora de la cual hemos hablado. Es la fantasía de Manrique, personaje principal de la leyenda de título “El rayo de luna”, y que es a fin de cuentas la fantasía creadora de Bécquer, el autor que en su profunda melancolía va narrando las vicisitudes de protagonista, un poeta al que se le escapa la amada y el amor en un rayo de luna. Entonces la imaginación se apodera del relato, y el espíritu vivo de este poeta nos va introduciendo en la realidad fantástica de su poesía, esa poesía que se nutre del lamento amoroso y el recuerdo de la amada idealizado en la mente, del cual resulta la visión del enamoramiento fugaz y avasallador.
Comprendemos a la poesía como un medio para llegar al sentimiento. Para alcanzar la otra realidad, la que está más allá de los ojos y lo concreto. De esta manera es que tomamos a Bécquer, como un poeta que en su prosa vertió todo el caudal de la potencia creadora de su poesía, con la idea de palpar con la letra aquella otra realidad. El espectro de sentido que para un espíritu poético pueden llegar a significar las cosas, y el resultado que esto tenga. En las leyendas el origen de la fantasía creadora está en el poeta, y desde el poeta las leyendas terminan en lo que son: una obra que trasciende a su tiempo.
Leonardo Murillo
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