primer pack de antiguedades
Y luego rezaba, rogándole Vehículos que dieran señales de vida, Vehículos que tuvo por accidente.
Jacob era un gorro. Su pinta de teleférico en el aire imaginado, presagiaba el nunca del Sr de Blanco.
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El confort proyectaba tocar algo para saciar la sed que había nacido en la época remota, junto al padre, el árbol; madre Avispa.
Suicidante ansiaba, la altura; concluir en ese antro el angelical deseo; terminarse en ese honorífico lugar; el tarro.
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El fantasma se paseaba por las torres, precipitando precipitaciones de entrada; las ambigüedades, negruras, pasteles y el fantasma recordaba la existencia; surtidas imágenes de jóvenes gritando y haciendo sonar los dedos. Nostalgia del discurso en su adolescencia, esos de un conjuro gris como señales al índico, era.
Viraba a la izquierda y encontraba a una pálida feminidad triste de su vida mirando un horizonte desconocido, en su futuro que la hacía pensamiento ferviente; creyente de cruz y rosario. Viraba a la derecha y disentía interiormente, minando la tormenta de pesadillas nocturnas, el fantasma de suicidas, homicidios en serie o renovación y vivencia. Como es arriba su soledad porque estaba allí sin rumbo.
Mentales, avanzaban por la oscuridad interrumpida por gritos en la introducción
por su aspecto: inmolarse la frente a expensas de las imágenes. Dolor con sus cráneos y sus manzanas de Adán a la ceremonia de inmersión. La sangre caía encima de las hojas dispuestas debajo de sus cabezas para así mancharlas y formar los signos.
Diakerchenka, Butacheska, Andrarbeska, Ortosenchenska, Bilapleska, en ese lugar sus Peris se encontrarían.
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El alba se levantaba en nuestro liquido, miraba con detenimiento la imagen con los mismos ojos que miró cuando falleció en el bar del blanco.
El trabajo recién comenzaba para el estético. El inesperado timbre resonaba como el asesinato del que miraba la imagen. Por una bronca, una mirada conjugada en verso.
Sólo ahí entendieron. Miraba la imagen y tuvo un sueño: leyendo un concepto que se repite, ofreciendo por mi captura a quien se encuentre en el curso de una sola vida. Eso se escribía en aquel tiempo.
No era invierno, la primavera con el caudal de joven ya no amaba ser él. Un continuo castigar de una vida llena de frustraciones amamantaba el llanto de las circunstancias; la llamarada intuía un fin porque las palabras en la hoja no daban indicio alguno, el acomplejamiento de la justicia como burla incansable de los demonios. En la hoja no salía la palabra amor. Su inagotable cantidad de recursos literarios no se olían en la sensación fría del cadáver. La sinceridad para la angustia compilaban el pasar del segundo, el enamoramiento, la gota que rebalsó el word.
OH, qué melancólico, no tienes la naturaleza con las lagrimas creadoras de ríos, soy la madre que manda este mundo.
Esa persona reflejaba la belleza imposible, ella era linda más sinónimos por el estilo.
Suicídate con las comillas, el disparo del no era invierno, no era invierno. De la polvareda me asalta el espectro de la mirada frágil; la celebración anterior a la insalubridad del libre.
No rueda la rueda; el ensayista dormía en sus sueños; junto color ploma. Pero era diferente, y los números más las posiciones espaciales del grupo, enriquecido de facilidades del lenguaje, dormitaba en su búsqueda por comprender su final insalubre, para que sirva cuando carezcas, sirva la impotencia: la personalidad. Los giros tamaños en filas de gente que quiere que se haga algo por la hermosa comprensión del cambio, para el primer piso del ascensor irónico e injusto.
Y él me preguntaba más por lo que no conocía, yo explicaba a mi manera, tranquilo, buscando las palabras que conjugaran con la oración de final preciso, aunque una buena talla lo arreglara todo.
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