suicidio en auvers
El joven esta sentado en el asiento de la plaza de las delicias como no lo hubo nunca.
Estudiando y orando sobre la plataforma superficial bagnada en sintagmas.
En Dublin como en Curepto se estremecen las alamedas.
Vive encima de ellos el cuerpo carnoso de una mulata llena de luegos. Transpirada en calentura, aquellos luegos se levantan y caminan cual emborrachados de amor platonico, cual desmembramiento de los oximoron al levantar la vista en una esquina o al desaparecer la razon del hombre que se tiene por satisfecho.
Ella se aisla y camina con sus nalgas en las que se escuchan las cachetadas desenfrenadas y es tomada de la cintura por la mano del macho farsario.
El joven baja la ladera de un cerro (la la), y su pensamiento se aproxima al guano de las jirafas, demostrando que en la protuberancia de un guigno las masticadas al comestible ventilan su vida y de paso se aprestan a ofrecer su entrepierna como la naturaleza nunca atiende los llamados del poeta o la fe en el otro acrecienta el petitorio de piedad.
El sensorium vertiginoso se arrastra por la medialuna de las dentaduras chuecas; aquellas mujeres que se aburrieron de seguir esperando el cortejo y caminan decorando en su duo de obices el santuario tras los encajes y el blanco de su piel compuesta de tremendas gigantografias adheridas a un minusculo sticker colgado de su voz casi muda, casi casi, casi casi casi.
Mas alla de la cosmica y universal envergadura de un popote, salta la risa y la caricia de un nigno a otro. Estoy jugando a las escondidas contigo, papa- exclama el infante a la otra persona. Y luego el planeta se tensa al voltearse el bote de todos los reclamos. El nigno en sus bolsillos las manos. La dimension del suegno escrito por tus primeras alumnas al brotar aquellas lagrima de vivo sufrimiento. El nigno llora las palmadas que se enpalman y bla bla, y bla bla.
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