Para Johan Huizinga, desde el punto de vista de los que recién comienzan a intuir el verdadero significado del Renacimiento, este puede que se presente como un período en el que nacieron las artes de las antiguas cosechas, reduciendo de manera sustancial el enorme contenido de esta parte de la historia. Porque el Renacimiento no fue sino algo que podríamos llamar una estridencia de los sentidos individuales del hombre. Una conquista de la libertad que reflejó las aspiraciones más fundamentales en cuanto a plenitud humana. ¿Y cómo se estableció el rótulo y la definición de los límites históricos que permiten vincular la palabra Renacimiento a una etapa desde la cual emergen conclusiones de menor o mayor profundidad? Se preguntará, mas oh, estepa terciaria de la síntesis. Tú que digitas la palabra justa en el papel de nuestras cesuras. Bástate saber que en este punto se patentan los primeros devaneos de la inseguridad, pues el concepto que designa la superación de los antiguos moldes hijos de la decadencia y la esterilidad, se atienen en su origen a la disputa entre quienes lo supeditaron a la disciplina histórica y los que afirmaron que su raigambre se hundía en la determinación de los autores que lo vivieron. En este sentido, el Renacimiento y su ambivalencia en tanto registro impuesto por la disciplina histórica y noción surgida desde los intersticios de las mentalidades de esa época, viaja y desemboca en nuestras cabezas como período que brota en la primera mitad del siglo XVI, en el marco del desarrollo de lo que ellos llamaron bonae litterae, como campo de expresión literaria que fue posterior, eso sí, al sentimiento general de la sociedad por las fuentes puras del conocimiento y de la belleza. Con todo, algunos autores del período concedían a sus mecenas el acomodo de este nuevo imperativo cultural, otros se lo agradecían a la pretensión de restaurar el espíritu antiguo, a objeto de corregir una realidad que no era de su gusto. Siguiendo el hilo, Lorenzo Valla a principios del siglo XVI, en el prefacio de un libro que fue considerado como el manifiesto del humanismo, consideró como un anhelo al Renacimiento, pues en él florecían las artes desde una perspectiva que facilitaba la trascendencia de la cultura romana. Posteriormente, en el siglo XVIII, el Iluminismo tomó al Renacimiento en la forma en que lo habían dejado en el siglo XVI, y es por esto que sus caracteres se volvieron rígidos, formales, parciales, imprecisos y sin el espíritu vivo con el que lo propugnaron los autores de esa época. En este sentido, un autor llamado Pierre Bayle planteaba en un libro clave como fundamento de origen del Iluminismo, que el Renacimiento careció de religión pues en su génesis se afincaba la causante de la caída de Constantinopla, hecho que provocó la migración de exiliados griegos, los cuales se encargaron de dar a conocer su conocimiento propio respecto a la civilización. En un punto coincidió Burckhardt de Voltaire, y este es que las circunstancias ad-hoc que vivió el período en Italia, fueron las causantes más fuertes para afirmar que en ese país el Renacimiento fructificó gradual y progresivamente sin obstáculos. En efecto, la realidad económica y religiosa del país, la cual distaba radicalmente respecto a las realidades de los otros países (Inglaterra, Francia, Alemania), propiciaron enormemente el avance cultural del Renacimiento. Sin embargo, la visión de Voltaire acerca del Renacimiento era parca y sin brillo. Y la razón de esto se basa en la predisposición negativa respecto al período, desde una mentalidad que valoraba más los sentimientos del hombre relacionados con el corazón y la naturaleza, antes de la riqueza de la aristocracia, añeja y llena de bronce resplandeciente. Esto debido a que la obra de Voltaire fue escrita en 1739, cuando las coquetas miradas del romanticismo se estaban gestando. A continuación, un estandarte de la comprensión de la etapa como prisma de renovación humana, fue Jules Michelet, quien en 1855 escribió la realidad más completa respecto a un período cambios importantes en el marco de nuevos descubrimientos, los cuales abarcaban el encuentro con el hombre y el mundo. De este modo, Michelet atribuyó como consecuencia de estos aspectos renacentistas, al Iluminismo. Burckhardt, erudito importante en el sentido del valor renacentista, se nutrió de los planteamientos de Michelet. Sin embargo, la distinción entre uno y otro versó en que el segundo separó el renacimiento del Iluminismo, independizándolo. Además, sostiene que el Renacimiento, en ese sentido, se sometió a un rigor conciente del cual emergió un origen bien definido en el seno del rebalse de la interioridad hacia la exterioridad, en el que el biombo es el cuerpo que luego trueca con el ambiente familiar, el cual luego trueca con la comunidad, la cual luego trueca con la ciudad y después el estado. Para que en esa estación el aire de interioridad del ser, se manifieste como un objeto común a los rostros. De tal manera, el país pionero en este proceso según Burckhardt, es Italia. Y en este nivel de respiración oxigenada de ser, el alimento para posibilitar el desarrollo es la restauración de la antigüedad. En cuanto a las críticas a su estudio, sobresale el abrupto cambio de ideal después de la Edad Media, al igual que la restricción de realidad a los límites de Italia. También se le critica por haber manchado el mantel de la unidad del período respecto a posibles “precursores”, en tanto creía que Dante lo era y con ello no hacía sino desvirtuar la realidad con la inclusión en su totalidad. Con todo, el acomodo de la individualidad en el Renacimiento era la esencia del período, en tanto se remarcaba el carácter humano y su libertad. Y en cuanto a la delimitación del período respecto a aquellos que se podría decir que lo “descubrieron” dos siglos más tarde, se apertrecha de la difusa marea de perspectivas que no hacen más que arrastrarlo a cauces que lo remontan muy lejos, hasta que desaparece. Es por eso que Burckhardt mantiene un foco que no busca la visión desde una cumbre, en la que los orígenes se establecen mirando desde una altura que obvia la esencia del por qué surge este período, esa esencia que es el motor que provoca la indefinición temporal del período y que sin embargo asoma como una planta en la historia.
Burke erige la existencia del mito en la interpretación de Burckhardt regadas vía dos vertientes: una es el juicio de los historiadores en torno al alto contraste entre Edad Media y Renacimiento junto al encuadramiento del desarrollo Renacentista a Italia como único referente. La segunda es el simbolismo respecto a personas que son motivantes del asentamiento de la etapa y que no son sino ayudas para llevar a cabo la interpretación. Estas metáforas servían para explicar el fundamento del Renacimiento, y no eran nuevas pues los autores de la época las usaban para transmitir de mejor forma las sensaciones respecto a lo que surgía; el cúmulo de percepción de cambio se notaba en los mensajes que los artistas enviaban a sus mecenas acerca de lo que se estaba gestando, y en ese sentido, desmerecían el etapa anterior: la Edad Media. Denostándolo, trataban de desmarcarse de él y se enlazaban a la remota antigüedad como dechado digno de seguir. Vivían en una realidad que estaba por sobre su realidad, con tejido de sueños y anhelos. Para Burke en esto consistió el error de Burckhardt, pues se dejó llevar por ese espíritu animoso y escribió su obra imbuido en esos ideales y por lo tanto configurando en un todo los elementos que suponían una realidad: restauración de la antigüedad, individualismo, realismo y modernidad. Con todo, la visión del Renacimiento espontáneo para Burke se muestra como un error, pues el espíritu medieval se hacía presente en las características de las obras supuestamente renacentistas. Este aspecto se fortalece debido a la existencia de otros renacimientos culturales en distintos tiempos. En consecuencia, la relatividad del período se encumbra como sustrato de gran importancia. Si queremos entender el período aceptando límites temporales, podríamos decir que abarca desde el año 1300 al 1600, y se compone, no de un grupo de personas que comenzaron por su cuenta a restaurar el ideal antiguo, sino como un grupo que se desarrollo en sustento de los predecesores y que habitaba en el marco del humanismo; un planteamiento que destacaba la perfectibilidad del humano y que posibilitó que se creyera en una interpretación cíclica de la historia que validaba la reaparición de otra época, una época anterior, en las mentalidades de los hombres. En este sentido, la vuelta del pasado en las personas no era una aspiración que se podía concluir como una moda, sino que se establecía en el grupo. Y esta vuelta del pasado se recluía en la intención de imitación, la cual debía conseguir la superación del modelo. De tal modo, su arte no se basaba en la mera copia del objeto, se buscaba la conversión desde una óptica propia. Aquí como menciona Huizinga, se hallaba una similitud, pues para Burke los “renacentistas” también renegaban de la Edad Media y no sabían, o preferían no saber, que sus creaciones poseían el sino de la Edad Media. Pero el desapego a las normas de la Edad Media, se debía a algo, y ese algo era, como ya se dijo, el prejuicio en contra de la “oscura” Edad Media, y el interés por revivir la antigüedad no nació espontáneamente, sino que gradualmente llevó a desear el cambio. Y la razón de este cambio hay que buscarla en factores geográficos, cronológicos y sociales. La facilidad de con que nació en Italia se debe a que en ese país la antigüedad nunca fue remota, esta vivía en los monasterios, bibliotecas. Cronológicamente, la necesidad de cambio mental se vio expedita en la circunstancia del desarrollo de las ciudades-estado del norte de Italia en los siglos XII y XIII, que produjeron el aliciente de libertad para los estados o nociones de estado que surgían. Socialmente, la disposición de enseñanza de los estratos sociales del mundo urbano significó un conciente ánimo hacia la aventura de lo que renacía. La manera más ideal para nombrar este período sería la de movimiento, pues comprende una insurrección de las aptitudes humanas hacia lo que no se sabe y que puede continuar y no saberse, como también puede terminar sin que el conjunto lo note, hasta doscientos años después, cuando comienzan a analizarse las características particulares de cada parte de la historia. En este sentido, el fin del Renacimiento se advierte como causa de la revolución científica del siglo XVII, la cual traspasó la importancia desde el hombre a la razón. Pues la tierra ya no era el centro del universo, y el ideal imaginado y anhelado era corrompido por las leyes mecánicas. Es por esto que Burke habla de la desintegración del Renacimiento, que podría representarse como la explosión de un planeta, y que determina el término de una parte de la historia que es visible en la actualidad y que sin embargo, resulta de una mirada que comprende una escena histórica que cuando se estudia, traspasa los márgenes de la misma. es por esto que Burke sostiene, en contraposición con Burckhardt, que los orígenes del Renacimiento se remontan al año 1000 y su fin al 1800. Y las causas que provocan esta eclosión de las mentes particularmente en ese lapso, serían un progresivo individualismo auxiliado por factores como por ejemplo la imprenta, que aumentarían los horizontes mentales hacia un cuestionamiento ya no grupal, sino individual.
Leonardo Murillo
Todos los derechos reservados. Copyright 2005.
Santiago de Chile
Publiant sous monde ® Copyright 2005. Paris France.
Todos los derechos mundiales de publicación.
0 Comments:
Post a Comment
<< Home