poemas de culto
En vano he tratado de enseñarle
a mi corazón a reverenciar;
En vano he protestado
"Hay otros cantores más grandes que tú."
Su respuesta viene, como el laúd o el viento,
Como un vago lamento nocturnal,
Que no me da tregua, reclamando:
"Una canción, una canción."
Sus ecos se entrelazan en la tarde
Buscando sin cesar una canción.
Mis ojos, fatigados de caminos,
Son rojas cuencas, polvorientas y sombrías.
Y, sin embargo, algo aletea en la tarde sobre mí:
Rojos elfos-palabras gritando "una canción",
Grises elfos-palabras reclamando una canción,
Grises palabras-hojas, diminutas, gritando "una canción",
Verdes palabras-hojas, minúsculas, reclamando una canción.
Palabras como hojas, viejas hojas pardas en primavera
Ubicuas murmurando, buscando una canción
Cándidas como níveos copos, pero gélidas
Palabras-musgo, palabras-labio, palabras de lento arroyo.
En vano he tratado de enseñarle
a mi alma a reverenciar;
En vano le he dicho, suplicante:
"Hay otras almas más grandes que tú."
Porque en el amanecer de mi vida una mujer vino a mí
Pidiéndome, como un reclamo de luz lunar.
Como la luna convoca a las mareas,
"Una canción, una canción."
Y compuse para ella una canción, mas se alejó de mí
Como la luna aléjase del mar,
Y las palabras hojas y elfos, diminutas,
Volvieron repitiendo: "El alma nos envía.
¡Una canción! ¡Una canción!"
En vano les grité: "No tengo ya canciones;
Aquella a quien cantaba me dejó."
Mas el alma envióme una mujer, una mujer de fábula,
Una mujer como el fuego en un pinar
que clamaba: "¡Una canción, una canción!"
Como la llama gime ante la savia
Se inflamó mi canción por ella, mas se alejo de mí
Como la llama del rescoldo en busca de otros bosques
Y sólo me quedaron las palabras
sin pausa reclamando: "Una canción."
Y yo: "No tengo ya canciones",
Hasta que el alma me envió una mujer como el sol;
Sí, como el sol a la simiente
O la primavera a la rama,
Así vino, madre de los cantos,
Aquella en cuyos ojos anidan las prodigiosas palabras,
Las palabras élficas, minúsculas palabras
sin cesar reclamándome:
"Un canción, una canción."
En vano he tratado de enseñarle
a mi alma a reverenciar.
¿Qué alma se inclinaría
contigo en su corazón?
EZRA POUND
Venus en el pudridero
¿Escucháis madurar los duraznos a la hora
del estío,
a la venida del sol, mientras un príncipe danza
en víspera de su coronación?
Yo pienso en el gusano.
¿Oís podrirse los duraznos en el granero,
al atardecer mientras las fechas del reino
caen de los tronos
y el viento las amontona, las dispersa, y olvida?
Yo pienso en el gusano.
Si veis montar el agua de la noria,
con un niño fijamente asomado al brocal
frente a frente al abuelo,
y se siente el beso de los amantes como una
hoja seca
que el pie del tiempo aplasta crepitando:
¿los amantes están muertos? No preguntéis con
torpeza.
Pensad en el gusano.
Al borde del pozo, gusano y amante,
los dos punteros del reloj.
El agua está vacía y la amada es un torrente
de mil rostros despeñados.
Ambos sedientos, un sol varonil frente al otro
sol, también varonil,
pero llorando y sombrío:
el de la aurora y el atardecer, íntimamente
coludidos,
aparentemente enemigos y cuán quebrantados.
Llegan carretas rebosantes de frutas maduras,
se despiden los ancianos,
las raíces quedan en acecho al sol de la espera,
se acumulan los hechos.
Niño, niño mío, nómbrame sin pestañear,
en un segundo,
las dinastías reinantes –siglos, siglos-,
los monarcas desgajados.
Abuelo, abuelo, nómbrame siglos sin pestañear,
en un instante,
Antes que el ruiseñor concluya la nota de su
silbo.
¿Quién osa alzar el Tarot vertiginoso?
Todas las fechas están prontas, o marchitas,
como nunca nacidas.
Niño y anciano, en este instante tenéis la misma edad:
sólo un instante:
¿no habéis empezado?, ¿habéis terminado?
¡A qué pensar en el gusano?
El rey que tomó la ciudad
y con ella hizo una argamasa de sangre,
dejó el horror, dejó el escarnio;
las vírgenes violadas están vivas, las viudas
maldicen.
El rey murió. Un muerto es el culpable.
El diabólico motorista que en carruaje veloz
cruzó la calle sin razón aparente,
a un chico dejó inválido, a una novia le quebró
la columna.
El motorista ha muerto.
A él se debe este mundo.
Cuanto nos es dado es obra de muertos;
Nos dejaron maravillas y desdichas;
cómo pedirles cuenta, todo trayecto es corto.
Muertos poderosos que nos legaron herencias
imposibles de revivir, imposibles de evitar.
¡A muertos, a muertos se debe este mundo!
Tiempo furioso, memoria feroz.
Esa fuerza desprendida del látigo, que sigue
ondulando
cuando la mano que lo maneja ya está hecha
polvo,
el latigazo aun azota con destreza terrible y
melancólica.
¿Podemos comprender que la amada,
apenas pronunciadas las palabras del amor,
cambie, desaparezca, se destituya?
¡Y todavía sientes el calor de su beso
y su boca ha expirado!
A un muerto, a un muerto se debe este mundo.
(De modo semejante, el Rosal misterioso,
centro ígneo de radio cero, palpita en reposo
en el corazón del jardín,
y de él fluyen los rayos, los pétalos, la extensión de los prados,
salió el día, y extendiendo los brazos su amor
emana
en forma de apóstoles, de mártires, de amantes
de todo orden,
y hasta de esas señoras que reparten la piedad
y son tanto más agrias
para que la moneda se vea más dulce y no les
pertenece.
El amor, el aroma y los actos fortuitos,
más existentes que sus autores, gemas de silencio,
que no se quieren invisibles, y si se quieren
así, al fin y al cabo,
como sentirse llamados a vivir sólo un instante
y servir para mucho, mucho tiempo).
No lamentes la ausencia de la semilla,
ama grandemente el fruto dado.
La semilla debe morir.
Eduardo Anguita
SI MUERO JOVEN
Sin haber publicado libro alguno,
Sin ver el rostro que tienen mis versos en letra impresa,
Pido que, si quisieren preocuparse por mi causa,
No se preocupen.
Si así ocurrió, así está bien.
Aun cuando mis versos nunca sean impresos
En eso tendrán su belleza, si fueren bellos.
Pero no pueden ser bellos y permanecer inéditos,
Pues las raíces pueden estar bajo tierra
Pero las flores florecen al aire libre y a la vista.
Así tiene que ser, forzosamente. Nada lo puede impedir.
Si muero muy joven, oigan esto:
Sólo fui un niño que jugaba.
Fui gentil, como el sol y el agua,
De una religión universal que sólo los hombres no tienen.
Fui feliz pues no pedí nada
Ni intenté encontrar nada,
Ni encontré que hubiese más explicación
Que la palabra explicación no tuviera sentido alguno.
Únicamente deseé estar al sol o bajo la lluvia
-Al sol cuando había sol
Y bajo la lluvia cuando llovía
(Y nunca al revés),
Sentir calor y frío y viento,
Y no ir más lejos.
Una vez amé, creí que me amarían,
Pero no fui amado.
No fui amado por la única y sencilla razón
-Porque no tenía que ser.
Me consolé volviendo al sol y a la lluvia
Y sentándome otra vez en la puerta de casa.
Los campos, a fin de cuentas, no son tan verdes para quienes son amados
Como para quienes no lo son.
Sentir es estar distraído.
Alberto Caeiro
Proyecto de un beso
Te mataré mañana cuando la luna salga
y el primer somormujo me diga su palabra
te mataré mañana poco antes del alba
cuando estés en el lecho, perdida entre los sueños
y será como cópula o semen en los labios
como beso o abrazo, o como acción de gracias
te mataré mañana cuando la luna salga
y el primer somormujo me diga su palabra
y en el pico me traiga la orden de tu muerte
que será como beso o como acción de gracias
o como una oración porque el día no salga
te mataré mañana cuando la luna salga
y ladre el tercer perro en la hora novena
en el décimo árbol sin hojas ya ni savia
que nadie sabe ya por qué está en pie en la tierra
te mataré mañana cuando caiga la hoja
decimotercera al suelo de miseria
y serás tú una hoja o algún tordo pálido
que vuelve en el secreto remoto de la tarde
te mataré mañana, y pedirás perdón
por esa carne obscena, por ese sexo oscuro
que va a tener por falo el brillo de este hierro
que va a tener por beso el sepulcro, el olvido
te mataré mañana cuando la luna salga
y verás cómo eres de bella cuando muerta
toda llena de flores, y los brazos cruzados
y los labios cerrados como cuando rezabas
o cuando me implorabas otra vez la palabra
te mataré mañana cuando la luna salga,
y así desde aquel cielo que dicen las leyendas
pedirás ya mañana por mí y mi salvación
te mataré mañana cuando la luna salga
cuando veas a un ángel armado de una daga
desnudo y en silencio frente a tu cama pálida
te mataré mañana y verás que eyaculas
cuando pase aquel frío por entre tus dos piernas
te mataré mañana cuando la luna salga
te mataré mañana y amaré tu fantasma
y correré a tu tumba las noches en que ardan
de nuevo en ese falo tembloroso que tengo
los ensueños del sexo, los misterios del semen
y será así tu lápida para mí el primer lecho
para soñar con dioses, y árboles, y madres
para jugar también con los dados de noche
te mataré mañana cuando la luna salga
y el primer somormujo me diga su palabra.
Leopoldo María Panero
Marcha fúnebre por la muerte de la tierra
(Esquela de defunción)
Lento.
Oh séquito solemne de los espléndidos soles,
Anudad y desanudad vuestras vastas masas de oro,
Suavemente, tristemente, sobre músicas graves,
Conducid el duelo lentísimo de vuestra hermana que duerme.
¡Los tiempos se han cumplido! Muerta para siempre,
Tras un último estertor (en donde temblaba un sollozo),
En el oscuro silencio de la calma absoluta, la Tierra
Flota como restos de un naufragio enorme y solitario.
¡Qué sueño! ¿es verdad? por la noche transportado,
No eres más que un ataúd, un bloque inerte y trágico,
¡Acuérdate, sin embargo! ¡Oh, la epopeya única!
No, duerme, duerme eternamente, todo ha terminado.
Oh séquito solemne de los espléndidos soles…
Y sin embargo, Tierra, acuérdate de los primeros años,
Cuando sólo tenías, con la tristeza de los largos días,
Los pantoums del viento, el clamor del sordo oleaje,
El murmullo argentino de las ramas y las hojas.
Pero el ser impuro se manifiesta, el débil rebelde
Que desgarra los hermosos velos de la santa Maya
Y el sollozo de los tiempos brota hacia las estrellas…
Pero duerme, duerme eternamente, todo ha terminado.
Oh séquito solemne de los espléndidos soles…
Oh nunca olvidarás la noche de la edad media,
Cuando, en el enloquecimiento del redoble del
El Hambre apilaba los viejos huesos desenterrados
Por la Peste que colmaba los osarios con rabia.
Acuérdate de la hora en que el hombre aterrorizado,
Sin esperanza bajo el cielo y empecinado en la Gracia,
Clamaba: «Gloria al Bonísimo», maldiciendo a su raza.
Pero duerme, duerme eternamente, todo ha terminado.
Oh séquito solemne de los espléndidos soles…
Himnos! ¡Altares ensangrentados! ¡Oh sombrías catedrales,
En las dolorosas vidrieras, en las campanas, el incienso,
Y el órgano desencadenando sus poderosas hossanas!
Oh blancos claustros perdidos, pálidos amores claustrales,
[…l el siglo histérico donde el hombre tanto ha dudado,
Y se ha encontrado solo, sin Justicia, sin Padre,
Rodando por lo desconocido, sobre un bloque efímero.
Pero duerme, duerme eternamente, todo ha terminado.
Oh séquito solemne de los espléndidos soles…
¡Y las piras! ¡el plomo! ¡la tortura! ¡las mazmorras!
¡La vieja invención! ¡la música! ¡las artes
Y la ciencia! ¡y la guerra estercolando el campo!
¡Y el lujo! ¡la tristeza, el amor, la caridad!
El hambre, la sed, el alcohol, diez mil enfermedades!
¡Oh, qué drama han vivido estas enfriadas cenizas!
Pero duerme, duerme eternamente, todo ha terminado.
Oh séquito solemne de los espléndidos soles…
¿Dónde está ese Çakya, corazón casto y sublime,
Que sangra por cualquier ser y anuncia la buena Ley?
¿Y Jesús, dulce y triste, que dudó de la Fe
De la que había vivido, de la que murió víctima?
¿Y aquellos que ante el atroz enigma sollozaron?
¿Dónde sus libros, sin fondo, igual que la demencia?
¡Oh, cuántos seres oscuros sangraron en silencio!
Pero duerme, duerme eternamente, todo ha terminado.
Oh séquito solemne de los espléndidos soles…
¡Y nada más! ¡oh Venus de mármol! ¡Vanos aguafuertes!
¡Loco cerebro de Hegel! ¡dulces estribillos consoladores!
Campanarios embellecidos de calados y gastadas vehemencias
¡Libros en donde el hombre escribió inútiles victorias!
Todo lo que dio a luz la pasión de tus hijos,
Todo lo que fue tu cieno y tu esplendor breve,
Oh Tierra, ahora es como un sueño, un gran sueño.
Pero duerme, duerme eternamente, todo ha terminado.
Oh séquito solemne de los espléndidos soles…
Duerme eternamente, todo ha terminado, puedes creer
Que este drama inaudito no fue más que una pesadilla
Pues no eres sino una tumba que se pasea al azar
[…l sin nombre en la oscuridad de la memoria
¡Era un sueño, oh sí, tú nunca has existido!
¡Todo está desierto! ¡ningún testigo ve nada, nada piensa!
No existe más que la oscuridad, el tiempo y en silencio.
Duerme, acabas de soñar, duerme eternamente.
Oh séquito solemne de los espléndidos soles,
Anudad y desanudad vuestras vastas masas de oro,
Suavemente, tristemente, sobre músicas graves,
Conducid el duelo Ientísimo de vuestra hermana que duerme.
Jules Laforgue
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