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Location: Metropolitana, Chile

Nacido en 1984, Leonardo Murillo ha dedicado su vida a respirar el aire que emanan los objetos construidos por el hombre. Sus primeros cinco años los vivió cuestionándose las razones que tenían las tias del jardín para pegar cachetadas a quien no se durmiera en las colchonetas. Luego vendría el colegio, la educación básica en donde Jessica Arriet Ojeda, la profesora jefe, lo martirizaría en base a retos y humillaciones frente a sus compañeros. De quinto a octavo frecuentó la marihuana, el crack y la pobreza de una escuela municipal cerca de su casa. En el 2002 completó sus estudios secundarios para abocarse ha seguir respirando el aire que emanan los objetos construidos por el hombre. Administra y es uno de los fundadores del sitio y editorial www.poetica.cl. Fanático del ajedrez y la poesía, Leonardo Murillo come todos los días pan con algo pal pan y té, sentado en la cama a una distancia de treinta y siete centimetros entre él y su televisor.

Saturday, October 06, 2007

Crítica a los poemas de Leonardo Murillo San Martín. Por Felipe Kong Aranguiz

Por Felipe Kong Aranguiz

Parte divertida

En la Clínica las Condes, así como en la mayoría de los establecimientos de salud a los que van los clientes de la cafetería Starbucks cuando se aburren de tomar café y les duele un poco el vientre, se recomienda fervorosamente el control sano de los niños. Estos niños nunca conocerán a Denver, el dinosaurio que vivió a finales de los 80 y que llegó a ser una estrella de rock. Sin embargo, varios niños ocuparán, tal como Denver lo hizo, los lentes que estén a la moda. Y que luego pasarán.
Leonardo Murillo mantiene relaciones problemáticas con aquello que la medianía conviene en llamar realidad, y se desahoga en ese contexto ; este contexto está marcado por lo que algunos apresuradamente llaman la dialéctica del amo y el esclavo, y otros (en un estilo más norteamericano) la dialéctica del ganador y el perdedor. El hablante de Murillo es el perdedor; no escribe para la niña a la que nadie saca a bailar, sino desde ella. Le esconden los zapatos y le dicen que es mediocre; no puede esquivar el pan que proyecta su hermano ni el silencio de la chica del paradero. La poesía contra los lentes Ray-Ban.
El hablante de Murillo no busca. La poesía como búsqueda está presente en tantos autores, o más bien dicho en tantas lecturas de tantos autores, que se vuelve lugar común; el Perdedor de Murillo (como llamaré al hablante) no busca ni siquiera denunciar su situación injusta, sino que siente cierto regocijo de estar allí, y aun en las veces que gana sonríe como si hubiese perdido. El Perdedor es vapuleado, al ganador va viento en popa, y el Sol es puntual todos los días. Hay un estoicismo, más sonriente que apático, similar al de Alberto Caeiro; pero trasladado a la cotidianidad urbana, con perros, marraquetas y fantasmas que cantan el cumpleaños feliz.
Los astros más brillantes están, a mi juicio, en “¿A qué hora sale el pan?”, “Bang!” y “Premio Literario ‘Leonardo Murillo’”. Sin embargo todos los poemas están coludidos inevitablemente. Los lentes de Denver nadie sabe qué hacen ahí, pero contrastan con los huasos de la misma manera que los lentes del cliente de Starbucks con el bolsillo del Perdedor; el pan, que nos llega (casi) cada día, ronda por varios poemas, ya sea como hogaza, hallulla o marraqueta; la infancia, que es cuando el Perdedor ve con más crudeza su condición de tal, se recuerda a cada instante.
Creo que el título del poemario no le hace suficientemente honor a los poemas. Me parece que, además de ser ajeno a la línea temática de los textos, tiene poca sonoridad. Si yo no conociera la poesía de Leonardo Murillo, un libro llamado “Control Sano” me llamaría poco la atención al verlo apostado en una librería. Y la poesía de Murillo tiene suficiente originalidad y fuerza como para merecer el hacerse notoria. Quizás yo no pude entender el título; pero si yo no pude, que le he dado vueltas a los textos tantas veces, creo que se le hará también difícil a otra gente.

Mención aparte merece el poema “como un sol que venga a los caprinos de la mañana”. El autor nos advierte de la lejanía entre este texto y el corpus anterior, y es verdad que se nota. posee una gran carga sensorial y una métrica cansada, como si el hablante, sofocado por la visión de la muerte, no alcanzara a terminar los versos y les cortara la cola. Trato de pensar en el mismo niño de los poemas anteriores, que contempla el sacrificio de uno o más animales en una zona rural; pero este niño creció y murió todo lo que tenía que morir, para luego escribir desde el infierno su recuerdo de aquella experiencia temprana. Un poema cuya sola sonoridad ya evoca gemidos, machetes con sangre, árboles secos, ropa sucia con tierra y grasa. Un sarcoma de Kaposi que brota desde la memoria.

Parte fome

Tengo la alegría de poder decir que la parte fome de la crítica será muy corta. Murillo formalmente sabe lo que hace. En la puntuación, ocupa dos estilos: mientras que existe una puntuación clásica en “Tengo un secreto” y “¿A qué hora sale el pan?”, en el resto de los poemas elide muchas veces los puntos para marcarlos con Mayúsculas en el verso siguiente, y usa las comas casi exclusivamente para separar ideas que van en un mismo verso. Por ello, algunas comas errantes en estos poemas de puntuación escueta se ven como manchitas, como migas de pan sobre una camisa. Podrían sacudirse.
En el poema “Tengo un secreto” la puntuación se torna nerviosa; pero está completamente acorde con el contenido del poema. Es el mismo niño de “Mochilas botadas” que quiere vengarse, aunque siempre con sonrisa, por medio de la poesía. Esta confesión, expresada en el título mismo, pone nervioso al hablante y lo hace decir cosas como “lo sé: uno nunca sabe”. La observación particular que tengo sobre este poema está en el final; los dos versos tienen 12 sílabas y van separados por una coma, lo que lo provoca una cacofonía innecesaria. Quizás si tan sólo fueran separados por un punto, otro gallo cantaría.
Por último: la ortografía, ay, que no podía quedar afuera de esta crítica. El brasero viene de las brasas, como los pollos a las brasas, y es con ese. Hazmerreír, con doble ere y acento diacrítico. En “como un sol…” hay un “acerva” que podría ser “acerba”, aunque también podría no ser. Y en “Tengo un secreto” hay un sí al que le falta la tilde. Minucias, en todo caso. Estamos frente a una poesía excepcional. Felicitaciones.

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