es esto, esto y esto
Las inteligencias eran armas de doble filo. Por un lado los honorables transitaban por las alcobas como lamiéndose las quintillones de células, atesorándolas en nombre de Buda y Socrates y Jesucristo en los comerciales de Bilz y Pap, y por otro esas mismas células comían sus impedimentos léxicos y gramaticales, la sintaxis y el áfono lamento de un water manchado con menstruación de mujer de rodillas.
El espanto de las telas ahorcaba el chillido de los pequeños parias y creo que allá fueron, por un minuto de duda, serenas sierras y travesuras terráqueas.
En el papel confort de la lengua el sujeto escribía un garabato pronunciado en un idioma irreconocible. Así lo deseaba escribir porque las fulminaciones de su dignidad habían terminado por convertir el amor por su vida en un residuo de muelas tapadas. Entonces amaba escucharse a sí mismo y que sólo él pudiera comprenderse, para que así los gemidos se dieran vuelta junto a su amor por los pedazos de uña y la pestaña extraviada de su mochila. Le pidió a su mejor amigo que pronunciara ese garabato irreconocible en su oído. Se lo pidió como el favor que nunca hizo. Y su amigo se lo gritó con lágrimas en los ojos, como si fuera una bala perdida y estrellada en su sien meses después, cuando cayó sin onomatopeya, como un suicida más.
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