Enterré a la Yoya el día de los muertos
Tirarla al camión de la basura iba a ser el peor olvido para una perra. Me dije que debía enterrar ese despojo aunque la tierra del jardín estuviera dura y agrietada, como lo hice con el Chocolate y el Robin, perros de grandes magnitudes sensitivas. Además de que yo le pegué una patada a esa perra y me arrepentí profundamente hasta las lágrimas. La había visto volar por los aires momentos antes de que me mordiera porque le estabamos cortando el pelo, esas motas de perra poddle fracasada, una quiltra con crespos que ladraba cuando alguien llegaba y nos decía "aló" a las afueras de la casa.
Puta la gueá con jabón al despertar en la mañana. Había soñado con que esa perra no estaba muerta de verdad, sólo tenía afuera del cuerpo su sistema endocrino, una bolsa con órganos le colgaba hacia afuera de su sucio recto, y se seguía moviendo: puta la gueá con jabón al despertar en la mañana. La perra estaba muerta y nada podía hacerse más que enterrarla y no caer en las recomendaciones de estos veterinarios conchas de su madre.
Su cuerpo era más pesado. Envolví ese cadáver en un papel de regalo de hermosos colores para luego transportarlo al hoyo que me costó una hora cavar. Una hora en la que reflexionaba sobre los gusanos y la sombra de mi cuerpo al extraer la tierra, mi sombra que era de un color más oscuro que la tierra y en cuyo contraste descubrí elementos.
Luego me lavé las manos y me comí dos panes con algo pal pan más un vaso de bebida Caricia sabor piña.
1 Comments:
you write well (tu escribes muy bien" ?)
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