Y yo, indisculpablemente sucio, ridículo, ridículo como quien le habla a un sol en la mañana, un sol de pantalones de colegio, en grislumbre de durezas en la planta, en cayos de zapatos pequeños, en un espejo quebrado por mi madre violada, no tengo idea lo que es la postmodernidad.
Y esto se parece a un perro agonizando, a una sémola de piñen luego de un baño con el cerricler abierto. Las palabras salen de mi boca en un ritmo cansado. En mi memoria los momentos de optimismo limpiando la estatua de los museos de Chile, limpiando con estos ojos tan patéticos de manzana comida luego de un trote. Observando con estos ojos tan patéticos al ayudante que sube el ascensor de su vida; y quizás quiera aprender esas cosas. Quizás quiera conversar con mis amigos lo "post" y lo "post post" de todo, en vez de hablar de los tres calzoncillos que me quedan en el cajón de la cómoda. Los únicos tres calzoncillos que me quedan o los cuatro que tengo con así los medias rajaduras. O a las mujeres que no crecen y que se quedan en su edad de independencia con el ceño arrugado, dedicándose a mirar calcetines con rombos los tres días siguientes a su menstruación abundante.
Yo te extiendo la mano para que me pidas disculpas. Y tú me la escupes con una gargajo elástico y amarillo como los de Charly García. Y en mi mano tu vestigio de pérdida y caída de las cosas mestizas. Se miran por la ventana los letreros de tus pestañas, los letreros de una chaparrita moliéndose en la boca, tan chiclosa, tan de tantos días con frío. Así, temblando con gotas nacaradas hacia abajo en la tina así, un tumor un rumor una cresta de gallo naciendo en mi pecho así, la mirada de mi hermano desde el otro extremo así, la baja la media la alta así. Nada más.
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